viernes, 7 de agosto de 2015

Nadia y Rubén: “Nos están aniquilando”

No asombra. Duele e indigna a rabiar. Veracruz es una historia sin fin de agresiones contra la población, señaladamente contra lo más admirable de esa población: activistas, académicos, estudiantes, periodistas, defensores de derechos humanos. Con Digna Ochoa (egresada de Derecho por la Universidad Veracruzana) se inaugura una usanza atroz en Veracruz: matar y hacer notar que acá en la costa del Golfo se mata sin reparos (aún cuando los crímenes se ejecuten fuera de su terruño). Transcurrieron algunos años y no pocos muertos (recuérdese el otro caso mediático de Regina Martínez, egresada de Periodismo por la Universidad Veracruzana) para que el país y el mundo descubrieran que Veracruz es un calabozo, cuidadosamente orquestado desde las estructuras formales del poder público. Todavía algunos incautos prefieren creer que se trata de hechos aislados o penosas coincidencias. Tomar conciencia de que una autoridad agrede por deporte, oficio o vocación es anímicamente insoportable. El subterfugio de la “coincidencia” es un antídoto que alivia la angustia provisionalmente. Pero Rubén Espinosa Becerril (colaborador de la revista Proceso, excompañero de Regina Martínez) y Nadia Vera Pérez (egresada de Antropología por la Universidad Veracruzana) –las más recientes víctimas de ese leviatán veracruzano– no son casos judiciales inconexos: murieron por el fuego criminal de un poder público que no admite siquiera una contestación o réplica palabraria. Hasta la palabra sin fines de lucro es inaceptable para ese poder. 

La denuncia no derroca gobiernos ni remueve estructuras socioeconómicas. A lo mucho señala la podredumbre de una fuente de autoridad o previene acerca de los abusos que frecuentemente acompañan al ejercicio de poder. Pero en Veracruz esa práctica básica es una herejía meritoria de persecución, tortura, y no pocas veces la muerte. El mensaje es claro: no se tolerará ni un connato de crítica, y el brazo de venganza veracruzano no conoce fronteras geográficas. No sin razón alerta Julio Hernández: “El modelo Veracruz se extiende, agravado”. Tampoco exageraron Nadia y Rubén, cuando sostenían en foros públicos que en Veracruz “nos están aniquilando”. Ellos salieron huyendo del clima de violencia, hostigamiento e inseguridad que priva en el estado. La violencia homicida los alcanzó en su fallido refugio. La razón les asistía: “nos están aniquilando”

La práctica crítica, a través del activismo o el periodismo, es un quehacer con altos contenidos de letalidad en Veracruz y en México. Rubén y Nadia tenían en un rasgo común con otras figuras de la resistencia: no recularon ante la disyuntiva intimidatoria de “plata o plomo”, que es la fórmula de alineamiento más socorrida por el poder y sus esbirros. Además que esa formación ético-política maduró durante su estancia en Xalapa. En esa ciudad capital veracruzana, Rubén y Nadia condenaron resueltamente la barbarie institucional, y acompañaron con compromiso firme el largo ciclo de protesta que arrancó con la movilización en contra del alza a la tarifa del transporte público, y que en su curso recorrió varias luchas (movimiento por la paz con justicia y dignidad, marchas anti-EPN, movimiento #Yosoy132, movilización popular magisterial, jornadas de acción por Ayotzinapa) hasta arribar a la consolidación de una asamblea-movimiento estudiantil que tanto incomodó e incomoda a la camarilla de poder en turno, y en cuya incomodidad presumiblemente se incuba la fuente explicatoria de los últimos atentados criminales contra ese grupo de estudiantes activistas: a saber, el brutal ataque a ocho alumnos de la Universidad Veracruzana el pasado 5 de junio (peligrosamente equiparable con el modus operandi de la represión en Ayotzinapa), atribuido a una banda parapolicial “presuntamente al servicio de la Secretaría de Seguridad Pública”, y el reciente multihomicidio en la colonia Narvarte, en la ciudad de México, que acabó con la vida de Rubén y Nadia. 

No basta con denunciar la corrupción e impunidad que campea a sus anchas en el país. Ya casi no es noticia la obstinada presencia de esos flagelos virulentos. Esa situación impresentable no cejará por una mera cuestión de voluntades institucionales. Urge más bien alertar acerca de cuan inerme está la población civil, y de cuan imperioso es desarrollar anticuerpos con base en la organización para frenar la espiral de violencia, crimen e inseguridad que desde el poder y las instituciones formales se cultiva entusiastamente. 

Que la investigación pericial escamotee el elemento político de la ecuación indagatoria es sintomático de esa indefensión de la sociedad ante un poder embriagadamente tiránico. Por la memoria de Rubén y Nadia, corresponde demandar organizadamente que el crimen no se trate como un asunto judicial desprovisto de motivaciones políticas. No es una tarea menor. Del resultado de esa asignatura política depende el futuro de nuestra generación. No se debe minimizar la advertencia de Rubén y Nadia: “nos están aniquilando”. 

Mis condolencias a las familias de Rubén y Nadia. Ejemplares personas, en cuyo admirable camino tropezaron con el brazo homicida de un poder criminal. 


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