jueves, 24 de julio de 2014

Morena, PES y PH: más de lo mismo.

La aparición de nuevos partidos en el escenario electoral confirma que la democracia electoral mexicana sigue en picada. Las críticas se han concentrado en el dinero que se les asignará para echar a andar sus maquinarias y en la mínima ampliación de la representación política, pues los grupos tradicionalmente excluidos mantendrán dicha condición. En realidad, el problema de fondo en este tema es que los nuevos partidos mantendrán el autoritarismo y el caciquismo en sus prácticas internas, tal y como lo hacen los partidos dominantes, contribuyendo así a  la decadencia del sistema político en su conjunto. Pero sobre todo que sólo por medio de la política institucional se puede lograr un cambio real de las estructuras de dominación.

Por lo que respecta a los recursos públicos que recibirán en el segundo semestre de este año, los nuevos partidos no incrementarán el gasto del Instituto Nacional Electoral (INE) pues dichos recursos saldrán de la bolsa asignada a todos los partidos con registro. Pero además y aceptando sin conceder lo anterior, si se toma en cuenta el costo total anual del subsistema electoral en México, los 96 millones de pesos que se repartirán, entre agosto y diciembre de 2014, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el Partido Humanista (PH) y el Partido Encuentro Social (PES) son una bicoca. Al presupuesto anual del INE en 2014 de 11,834 mdp,  que incluyen los 4 mil mdp que le tocan a los partidos, habría que sumarle el del Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que rebasa los 2,488 mdp. En total serían 14,322 mdp, sin contar el costo de los tribunales y los institutos electorales estatales. Lo que recibirán los partidos nuevos no llega ni al uno por ciento de ésa cantidad.

Resulta un poco más consistente el argumento de que los nuevos partidos difícilmente ampliarán la representación política de los votantes mexicanos ya que, efectivamente, cuesta trabajo creer que partidos como el PES o el PH -ligados a fracciones del sector conservador del país- promoverán demandas distintas a las que impulsa el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Verde (PVEM) o el propio Revolucionario Institucional (PRI) como leyes anti aborto, anti diversidad sexual o todo lo que tenga que ver con la entrega de recursos naturales a las transnacionales. Por su parte, Morena podría considerarse en este aspecto más activo en términos de ampliar la representación de grupos sociales marginados de la política institucional. No se puede olvidar que el proceso de su creación contó con el apoyo de grupos que no estaban incluidos en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Empero,, tampoco se puede negar que buena parte de las bases de Morena salieron del PRD para seguir a López Obrador. De hecho la estrategia política del nuevo partido de la izquierda electoral apuesta más a sumar militantes decepcionados con el liderazgo de los chuchos y su apoyo a Peña Nieto que ha motivar una mayor participación de los grupos tradicionalmente marginados de la política electorera.

En todo caso, los nuevos partidos abonarán a las prácticas antidemocráticas que caracterizan la vida interna de todos los partidos políticos. Tanto el PH como el PES, inspirados en ideologías conservadoras, difícilmente empujarán en la dirección contraria pues al igual que los otros partidos chicos estarán mucho más concentrados en lograr alianzas con los partidos grandes para sobrevivir, obligándose a imponer a la base los acuerdos en la cúpula y al reparto de beneficios entre los mejor colocados en la pirámide dirigente. Del otro lado del espectro ideológico, Morena podrá contar con una militancia más afín a la democracia interna pero tendrá como límite el liderazgo de López Obrador que, si bien ha declarado que no aprobará alianzas con los partidos que suscribieron el Pacto por México, hará todo lo posible por controlar las designaciones de los candidatos a gubernaturas, senadurías y diputaciones, lo que convertirá a Morena en un partido autoritario como todos los demás, aun promoviendo demandas populares y opuestas al pactismo gangsteril del PRI y sus socios.


Resulta poco arriesgado afirmar entonces que los nuevos partidos reproducirán la lógica de sistema político mexicano: simulación, autoritarismo y manipulación política. Más aún, seguirán intentando convencer a la población de que sólo por medio de la política institucional, de elecciones viciadas de origen, será posible detener el aumento de la desigualdad, la violencia y la discriminación rampantes. En eso, más que en ninguna otra cosa, los nuevos partidos son más de lo mismo.

domingo, 20 de julio de 2014

La contracrónica de la copa: el final o todo lo que mal empieza mal acaba

Los críticos no tan críticos, los optimistas e incautos que juzgan cualquier discrepancia como una infundada actitud de “pesimismo catastrófico”, afirman que al final todo salió bien durante la celebración de la edición XX de la Copa del Mundo en Brasil. Y vamos a conceder que aciertan, pero sólo admitiendo por cuestiones estrictamente prácticas el tenor de los argumentos más frecuentes. Efectivamente, el certamen transcurrió sin exabruptos mayúsculos. Y los inconformes, que no eran pocos, domeñaron los estertores de la indignación, en respuesta a la solícita exigencia de un pueblo que se rinde sin remedio a los embrujos del futbol. 

Las grandes empresas involucradas en el evento cosecharon las astronómicas ganancias previstas con mucho tiempo de anterioridad. La publicidad deportiva, otrora discreta o más refrenada, alcanzó su zenit mercadológico con la novedosa instrumentación de estrategias no convencionales, como la aplicación de grabados alusivos a las compañías con más presencia en la Copa. La gente, con una disposición asombrosa, imprimía imágenes de una botella de refresco o una pantalla plasma en algún sitio visible de las extremidades. Pero el grabado, que era más bien una suerte de tatuaje, no se removía sencillamente con agua, jabón o cremas ordinarias. Sólo el tiempo lo borraría. A una semana de finalizada la Copa, algunos todavía caminan por las calles con la indeleble imagen publicitaria a la vista, a la manera de un espectacular ambulante. El “guerrilla marketing” (como se conoce en Estados Unidos), antiguamente reservado para pequeñas o medianas empresas, se inauguró con éxito en el marco de un evento deportivo y en beneficio de las firmas más poderosas. 

También la industria hotelera tuvo rendimientos increíbles. Con un aumento que fluctuó entre 200 y 400 por ciento en los precios de alojamiento, los dueños de los grandes hoteles, y de los no tan grandes albergues, recaudaron posiblemente lo correspondiente a un año de utilidades. Quienes no pudieron pagar los absurdos montos, acaso a modo de compensación, tuvieron el privilegio de presenciar los incandescentes amaneceres desde la comodidad de algún banquillo en la vialidad pública, o desde los improvisados campings instalados en las orillas de la playa, a menudo con un cordial “buenos días” enunciado por algún policía militar con rifle automático en mano. 

También los operadores políticos de la FIFA hicieron su agosto. Según cifras oficiales, sólo el 18 por ciento de la infraestructura quedó en estado inconcluso. Pero la cifra es falsaria. Si uno transita las ciudades sedes descubre de primera mano que la mayoría de las obras están inacabadas, que los proyectos urbanísticos que estaban programados para la Copa todavía ni siquiera arrancan con la primera piedra. Los recursos previstos para el certamen, según la lectura de los ciudadanos, acabo en las arcas privadas de los políticos al servicio del órgano internacional. Aunque también a ellos –a los ciudadanos brasileños– frecuentemente los descalifican con el epíteto en boga: “pesimistas catastróficos”. 

Las oligarquías domésticas de igual forma recogieron beneficios a granel. La empresa Odebrecht, oriunda de Bahía (uno de los estados más pobres del país), consiguió apuntalarse como el competidor casi exclusivo en las licitaciones para la infraestructura de la Copa, y de los Juegos Olímpicos en puerta. Dueña indiscutida de las concesiones, la empresa brasileña se perfila para multiplicar sin reservas sus ganancias en los años venideros, ante la mirada negligente, no pocas veces cómplice, de los poderes públicos. Por añadidura, estos proyectos infraestructurales han contribuido directamente a impulsar una iniciativa programática de las élites: a saber, la ocupación sin freno de las ciudades para beneplácito de fracciones poblacionales minoritarias, y por consiguiente el arrinconamiento cada vez más agresivo de las clases populares. Más aún, como insistentemente señala el movimiento anti-copa, la agenda de la Copa, que es la agenda de unos pocos, sirvió para desplazar la demanda general de la gente: educación, salud, satisfactores básicos. La asignación de recursos no es neutral: o bien sirve a los fines de la población o bien se aboca al interés de un grupúsculo de acaparadores. La Copa de futbol, que lo que menos prioriza es el futbol, sólo se ocupó de lo segundo, y lo primero –el interés general– figuró únicamente en el discurso de una clase política con vocación de sofista. 

Después de la vergonzosa derrota de Brasil (ese inexcusable 7-1 que propinó Alemania), la gente recuperó el ánimo de la crítica. ¿Para qué traer la Copa a Brasil cuando la situación del país es acaso tan desfavorable como la situación del equipo? Doble atropello: por un lado, latrocinio irrestricto, y por otro, humillación deportiva. No es un asunto menor que los dos archirrivales de Brasil disputaran la final de la Copa. Ahora existe una polémica en torno a las magnitudes de la deshonra. ¿Qué fue más vergonzoso: el “maracanazo” o el “mineirazo”? 

Dice el refrán que lo que mal empieza mal acaba. Puedo escuchar los necios señalamientos de “pesimista”, “catastrófico”, etc. 

En cierto sentido la Copa del Mundo Brasil 2014 es una metáfora de las sociedades modernas: aunque todo marcha mal las cosas avanzan; lo que es estrictamente vital se arrolla en provecho de lo insubstancial; y al final el desastre se traduce en éxito. 

Pero la derrota o la victoria, el fracaso o el éxito, es un asunto de los dioses… y de uno que otro analista apoltronado en el confort de la complacencia. Acá interésanos destacar lo valioso, rendir honor a quien honor merece. Y naturalmente la felicitación es para el pueblo brasileño, que con su fecunda alegría, generosidad, logró enmendar un escenario de virtual desastre, y ofrecer a los viajeros foráneos la mejor de las experiencias. A ellos, los menos beneficiados con la Copa, los más apenados con el mediocre e intrascendente rendimiento de su selección, extiéndoles mi más profunda gratitud y admiración. 

Brasil son ustedes. Brasil somos todos.

jueves, 10 de julio de 2014

Reforma energética y transparencia: de lo perdido lo que aparezca.

En medio de las maniobras del congreso mexicano para cumplir con los designios del capital internacional, la reforma energética y el proceso de redacción y aprobación de las leyes secundarias que le darán vida ha sido sistemáticamente criticado desde la perspectiva histórica. Sin embargo, hay otros temas que pueden darnos una idea de la esencia reformista de la administración peñista, como lo es el relativo a la posibilidad de que la ciudadanía pueda conocer los tejes y manejes de las asignaciones y de los contratos así como de lo que las empresas beneficiadas pagarán por la explotación de los recursos energéticos.

Para empezar, y de acuerdo a un análisis realizado por Fundar, la explotación de los recursos naturales, regulada por la Ley de Hidrocarburos, será de utilidad pública sin importar el hecho de que dicha explotación sea efectuada por particulares. Las consecuencias de lo anterior son graves pues este esquema pone a las transnacionales por encima de los intereses de los propietarios de las tierras ricas en hidrocarburos, sean particulares o comunidades. Si no aceptan la figura de ‘servidumbre legal’ -por medio de la cual las empresas y los propietarios acuerden los términos de la explotación - el estado puede expropiar en favor de las empresas. O sea que por la buena o por la mala, las transnacionales llevan mano.

Con respecto al tema que nos ocupa, la Ley de Petróleos Mexicanos establece que todo el proceso de licitaciones es de carácter administrativo pero una vez que se nombre un ganador los contratos tendrán carácter privado y se regirán por las leyes mercantiles, por lo que no estarán sujetos al régimen de transparencia. No será posible, por ejemplo, solicitar información que permita conocer las características de las operaciones de las empresas o el manejo de los recursos públicos con el que se ‘apoyará’ la explotación;  y si bien la Ley de Ingresos sobre Hidrocarburos determina que los ingresos a las arcas nacionales estarán determinados en los contratos, éstos no son reconocidos por la ley como disponibles para su  escrutinio por parte de la ciudadanía. Esto sin mencionar que la elaboración de los contratos será facultad de la secretaría de Hacienda y no del Congreso de la Unión, con lo que se refuerza la opacidad en el tema.

Por lo que toca al dinero que será pagado por las empresas al estado mexicano, éste no irá directamente al tesoro nacional sino al Fondo Mexicano del Petróleo para la Estabilización y el Desarrollo (sic eufemista) que por medio de un fideicomiso tendrá la misión de recibir, administrar y distribuir los ingresos generados por los contratos. Pero de acuerdo con la Ley del Fondo dicho fideicomiso no estará sujeto, como todos los fideicomisos, a las leyes en materia de transparencia sino a las disposiciones contenidas en la mencionada ley. Más aún, las actas del Comité Técnico del Fondo (especie de consejo de administración) podrán ser reservadas parcial o totalmente, abonando así a la opacidad de las decisiones que se tomen al respecto.

Por todo lo anterior, no resulta muy arriesgado afirmar que la discrecionalidad que se pretende adjudicar a la explotación de los hidrocarburos en México representa un claro retroceso en términos del derecho a la información gubernamental y al espíritu de la rendición de cuentas. En una coyuntura en la que todos los actores políticos parecen coincidir con respecto a la importancia de reforzar los mecanismos de transparencia, y con los trabajos para la formulación de una ley general en la materia en marcha, no vemos por ningún lado que ésos mismos actores pongan el dedo en la llaga sino todo lo contrario: con una mano promueven leyes de transparencias y por el otro las burlan.

Consumada la reforma energética habría que reformular la crítica al reformismo neoliberal para pasar de una estrategia de todo o nada a una que construya candados legales e institucionales para contener, en la medida de lo posible, el incremento del saqueo de los recursos naturales y la privatización de los ingresos derivados de la explotación del petróleo y sus derivados. La esencia de la reforma energética radica en la ortodoxia neoliberal, en la falsa idea de que para mejorar los ingresos de la población hay que cederle a las transnacionales y sus socios nacionales (la quinta columna) el dominio de los recursos naturales. Pero ese dominio puede y debe estar sujeto al escrutinio público para mantener vigente el derecho a la información: de lo perdido lo que aparezca.

lunes, 7 de julio de 2014

La contracrónica de la copa: tercera semana, el autoengaño o la ausencia total de fútbol

La copa del mundo es un observatorio para el análisis de conductas, usos, comportamientos, prejuicios, de las distintas culturas que convergen en el evento. Dada la modalidad organizacional de estas competencias deportivas, la auténtica cultura local a menudo es opacada por la hipercomercialización que todo lo pervierte. Escandaliza e indigna que la gente que visita Brasil en este contexto elabore una prescripción del país con base en lo que ofrece la cartelera copera: el alojamiento, los centros de entretenimiento, las engalanadas calles de las ciudades capitales, los foros destinados al acompañamiento del mundial de fútbol, las actividades adyacentes al espectáculo (inaceptablemente mediocre) de la copa, la oferta comercial que conjuntamente dispusieron las empresas domésticas y el conglomerado de compañías que confluyen en la FIFA, etc. Y los juicios con frecuencia tienen aspiraciones categóricas: que si Brasil está subdesarrollado, o que si los brasileños son perezosos, o que si el pueblo de Brasil tiene una genética propensa a la desorganización, o que si todos los brasileños son sexualmente promiscuos, etc. No extraña que especialmente los latinoamericanos (y no tanto los europeos) alimenten estos mitos: todos los pueblos de esta región del hemisferio llevan siglos sometidos a esa falsaria estigmatización, que es un ingrato legado de la colonización.

Por desgracia, los mexicanos figuran entre los principales emisores de esas rudimentarias opiniones. Esta afrentosa cualidad del mexicano es sintomática de una psicología del atraso: el complejo de inferioridad, tan visiblemente acentuado por esa desafortunada proximidad con Estados Unidos, urge al mexicano a contrastar el supuesto progreso de su país con el de otros. El mexicano no se permite nunca una autocrítica: el autoengaño es su estado psicológico estándar. Lo mismo se refleja ese autoengaño en la poca ilustrada apreciación de otras sociedades, como en la valoración del rendimiento de su equipo. También allí rige con obstinación la ausencia de una crítica y el engaño como canon expiatorio. De acuerdo con la narrativa que siguió a la derrota de México frente a Holanda, el factor decisorio de nuestro descalabro fue la deshonestidad de Robben, la intervención oscura de la FIFA, o la ceguera del árbitro. Al término del partido, circuló viralmente la versión de un “robo”. Fielmente ilustrativo de nuestra idiosincrasia, el relato de la derrota jamás aludió a los errores tácticos de la dirección técnica, ni a la incompetencia de ciertos jugadores insólitamente elevados a condición de ídolos abnegados, ni al infame proceso pre-mundialista, ni a la ruinosa fórmula canónica de los directivos del fútbol nacional, que inflexiblemente nos condena a la eliminación en octavos de final cada cuatro años. Nada de eso tiene importancia, alegaban los mexicanos en Fortaleza. Los partidos se pierden o se ganan en 90 minutos, según sus precarias consideraciones. En esta copa se tenía equipo para alcanzar la final, y una mala decisión arbitral estropeó la oportunidad, proferían los incautos. Y así hasta la hipertrofia. Los argumentos siguieron una tesitura monocorde, abocada a la externalización de responsabilidades, a la construcción de otra fábula más que justificara, sin menoscabo para el mancillado orgullo nacionalista, nuestro acostumbrado fracaso. 

Pero estos relatos exculpatorios no discurren solos; con frecuencia vienen acompañados de otros modos de compensación ideológica. Por ejemplo, la reivindicación de otros triunfos ajenos a lo deportivo: que México tiene la mejor afición, que nuestra cultura es encantadoramente folklórica o alegre, que los  varones mexicanos ocupan el primer lugar en las preferencias de las mujeres brasileñas (de acuerdo con una de esas encuestadoras que miden todo excepto lo que realmente importa), etc. Y aunque se pudiera argüir que esos y otros reconocimientos tienen un valor especial, lo cierto es que llegan a desempeñar una función que abona a nuestro estancamiento, porque desvían la atención de lo fundamental, que en este caso es la competencia deportiva. Por allí un mexicano que paseaba taciturno en los alrededores del estadio Castelao, acaso el único que conocí con un poco de criterio en estos rumbos, osó contrariar el clamor general. Mientras la multitud coreaba al unísono la consigna de “robo”, un reportero se acercó al estoico compatriota, para averiguar su opinión acerca de la derrota de México. Escuetamente respondió: “A Holanda le bastaron 25 minutos de fútbol para dar la vuelta al marcador. La victoria es merecida”. Pero los mexicanos no perdonaron el exceso de objetividad, y le propinaron, con las manos agitadas al cielo, el obligado recordatorio: “puuu…”

Nuestros paisanos nos son los únicos obstinados con la negación de la realidad. Muchos brasileños se suman a este penoso vicio. La prensa local peca de arrogante, y en cada oportunidad menosprecia a los rivales en turno, y erige a condición de “crack” a las incoloras figuras de la selección verdeamarela. Aunque acá se sospecha que se trata más bien de una ardid mercadotécnico, y no tanto de un desplante típico de una superioridad pretendida. Brasil quedó expuesta en los últimos dos cotejos. Los apretados triunfos sobre las selecciones de Chile y Colombia no dejan certezas, salvo una sola: que Brasil es un equipo desteñido que se olvidó de jugar al fútbol en provecho de una inelegante táctica eficientista. Este equipo es tan grisáceo e insípido que en lugar de contagiar alegría provoca nostalgia. La magia que le conocemos a Brasil está secuestrada por la sumatoria de intereses que concurren en la copa. Eduardo Galeano tenía razón: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía”. El país del “jogo bonito” busca coronarse con base en un fútbol que ni los gringos se permiten practicar.

En Brasil todos ruegan que la copa se quede en América. Para que este escenario se realice tendría que ganar alguna de las dos impresentables selecciones latinoamericanas que restan en la competencia: Brasil o Argentina. El único país hermano que dignificó la tradición e identidad futbolística de la región fue Colombia, ahora tristemente eliminado. Aún cuando uno pudiera simpatizar con el latinoamericanismo, la situación obliga a poner menos atención a las banderas e inclinarse por los valores. No es un pronóstico ni un deseo personal, pero objetivamente el mejor equipo de la copa, acaso el único que procura el trato de la pelota y honra estéticamente el fútbol, es Holanda.

Que logre ganar el mejor equipo es el único alivio al que puede aspirar el auténtico amante del fútbol, especialmente en esta época de espectáculos montados para beneficio de unas pocas empresas voraces que saben poco o nada de fútbol.  



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