jueves, 12 de junio de 2014

En Brasil, la acción está fuera de los estadios.


Una vez iniciado el mundial de futbol organizado por la transnacional conocida como FIFA, las cámaras y micrófonos no necesariamente estarán concentrados en las patadas y las tragedias nacionales provocadas por el balón. Todo parece indicar que, más bien, el mundial estará rodeado de protestas y manifestaciones de repudio al modelo económico impuesto por Lula y Dilma así como al sometimiento del estado brasileño a las exigencias de la FIFA, que en realidad son dos caras de la misma moneda.

Organizar un mundial implica un gastar a manos llenas. En el portal de transparencia Copa 2014 aparece el total presupuestado: $25,608,111,426.94 de reales  (alrededor de $11,500 millones de dólares) pero la cifra anterior puede subir sobre todo por el atraso en las obras y la corrupción en el manejo de los recursos. Un referente de que los costos programados siempre quedan por debajo de los reales son los Juegos Panamericanos 2007, celebrados en Brasil, cuyo costo proyectado se multiplicó por 10. Habría que agregar los efectos de la llamada ‘Ley FIFA’ firmada por Dilma Rousseff, gracias a la cual los patrocinadores y la propia FIFA están exentos de pagar impuestos al gobierno brasileño por un año.

Al mismo tiempo, los desalojos de cientos de miles de personas para ‘liberar’ zonas urbanas y abrirlas a la inversión privada, las protestas  de trabajadores, estudiantes y ciudadanos orientadas a contener la militarización, el aumento del transporte, los recortes a la educación y un largo etcétera, abonan en la misma dirección: el repudio generalizado en Brasil al mundial de futbol. El ambiente que se vive en Rio de Janeiro está lejos de una fiesta popular. Más bien, el mundial representa para los brasileños una coyuntura favorable para protestar y poner en jaque al gobierno. No se puede olvidar que las elecciones generales serán poco después del fin del mundial y Dilma se juega su reelección.

A lo largo de los últimos mundiales organizados por la FIFA ha quedado cada vez más claro que lo importante es garantizar ganancias para Joseph Blatter y sus socios. Al mejor estilo de las mineras transnacionales, la FIFA pretende saquear a la población ‘bendecida’ con la celebración del mundial sin miramientos. Los griegos saben muy bien lo que significa ser sede de las Olimpiadas y las consecuencias en el erario público. La crisis griega estuvo determinada en buena parte por el enorme gasto realizado para que los juegos fueran un negocio redondo para Comité Olímpico Internacional.

Así las cosas, de lo que en el pasado significaron los mundiales de fútbol y las olimpiadas, a saber, un momento de convivencia entre los pueblos del mundo honrando en parte el espíritu de los juegos entre los antiguos griegos, hoy no queda prácticamente nada. Hoy por hoy, este tipo de justas no son más un pretexto más para impulsar las ganancias de las transnacionales y una excelente oportunidad para los políticos locales de acumular recursos para sus aspiraciones de poder y de paso mejorar su imagen pública de cara a la población.

Seguramente, el mundial en Brasil será un éxito financiero para las transnacionales pero no necesariamente un éxito político para su oligarquía política y económica.  La población enfrenta demasiadas calamidades como para que se deje engañar por el influjo de las batallas en la cancha. El mundial de este año puede dar al traste con los cálculos políticos de la burguesía brasileña y abrir paso a una transformación social que los obligue a modificar sus planes. Es por eso que el gobierno ha fortalecido su poder represor y hasta ahora ha demostrado que no cejará en su empeño de convencer a los brasileños que el mundial es una fiesta popular,  y no precisamente con los goles que anote su selección sino con los balazos, garrotazos, gases lacrimógenos y detenciones que seguramente superarán ampliamente en número a las anotaciones de los héroes del balón. 

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