viernes, 29 de noviembre de 2013

Revolución mexicana

Camilo González

(Valga el espacio para hacerle llegar a mi hermosa Madre, Elsa de León, mis mejores deseos hoy en su cumpleaños; 'ora por acá' -decimos en nuestro Pueblo Viejo- te felicito y canto...) 

Si después de la devastación provocada por los años de la guerra de independencia el imperio de Iturbide no logró sostenerse ante la falta de recursos y las presiones de los Estados Unidos (Monroe y Poinsett) así como de Francia y España (Napoleón y los realistas españoles y criollos), después del porfiriato las mismas condiciones, incluso empeoradas de la mayoría de la población nacional, que en ciertos aspectos ya tenía una identidad nacional, hicieron sucumbir al régimen. 

Como en casi todo momento posterior a la conquista española del imperio mexica, las decisiones de los gobiernos en turno están contempladas para cumplir con los programas que impone el desarrollo internacional del sistema económico mundial. 

Antes y después de la Convención de Aguascalientes, Villa y Zapata eran los caudillos nacionales. El imperio de la ley constitucional que impuso Carranza, y luego el de las armas que impusieron tanto Obregón como Calles, y en algún momento el propio Cárdenas, estuvieron apegados a las necesidades internacionales de la producción, que en el siglo XX recayó indiscutiblemente en los Estados Unidos, que justamente en la segunda posguerra mundial, cumplieran poco más de cien años de haber anexado la mayoría de su territorio ya sea comprado o bajo la guerra, como usualmente acostumbran adueñarse de las cosas, los territorios o las personas (los “estados”).

De esta manera, la lección de la revolución mexicana fue la de que la imposición, nuevamente, del régimen liberal ahora adaptado a un presidencialismo constitucional moderno, innovador, que llegaría a ser metaconstitucional -y por qué no, metafísico también, parafraseando al difunto Carpizo- permite una mayor expansión por un lado del mercado interno -futuro mercado del capital transnacional- y por el otro lado, del mercado externo, al extraer con mayor facilidad -ventajas, incentivos de los gobiernos locales- las materias primas y mano de obra necesaria. 

Rescata Arsinoé Orihuela (http://bit.ly/18caWQn) en ladignavoz.net la reseña que hace Pedro Salmerón del libro que escribe Martí Batres, y que da cuenta clara sobre la estadística del modelo neoliberal fallido (http://bit.ly/1b9PmLQ). 

Los números no mienten: el antiguo sistema nacionalista de producción -sustitución de importaciones- creó un mejor escenario nacional. Sin lugar a dudas, las condiciones de las posguerras lo permitieron, como permitieron en su época la independencia nacional, gracias a los arduos esfuerzos de Napoleón por conquistar Europa, y acabar con su ejército en el invierno ruso. Aquél ímpetu estatista lo llevó a encargar los asuntos del imperio en la península ibérica (y por ende en América) al que muchos califican de su desobligado hermano, pero que la historia le ha dado el papel de gran libertador de América. 

De esta forma, los últimos tres procesos políticos que han conformado al estado mexicano (la revolución constitucionalista, el nacionalismo priista y el modelo neoliberal) estuvieron impulsados por los intereses del capital internacional. No por nada Pemex, a la fecha, mantiene inversiones privadas en México y coinversiones en el extranjero, a pesar de lo que la Constitución dice. Es evidente el papel que durante la guerra fría y en los últimos años ha jugado México como patio trasero de los Estados Unidos. Doctos intelectuales de gustos refinados y paladares exigentes han planteado un futuro para México de anexión, similar al de Texas en la década de los 40, del siglo diecinueve. 

Me parece que no es la solución que necesitamos.

lunes, 25 de noviembre de 2013

México: neoliberalismo para principiantes

Una vez desmentido el mito del “fracaso” del neoliberalismo, y habiendo restituido el rango que le corresponde, esto es, el de una política con un extenso historial de éxitos para los detentadores del poder, y después de haber expuesto, por otro lado (acá sí), el fracaso categórico de la oposición formal-institucional (PRD, y socialdemocracia en sus heterogéneas manifestaciones) en la contención de este proceso de reconstitución de un dominio casi irrestricto del capital (neoliberalismo), cabe ahora hacer un recuento de los formidables daños a modo de diagnóstico, y en aras de la construcción de un programa que consiga sepultar terminantemente este episodio de ebriedad proto-supremacista. 

Y aunque acá la codiciada supremacía no trata de una cuestión de raza, sí en cambio involucra a un acotado grupúsculo obsesionado con imponer la ley del más rico, aún a expensas de los mercados que retóricamente alegan proteger. Porque el neoliberalismo tiene una relación sólo colateral, no sustantiva, con los mercados: si bien es cierto que el liberalismo clásico apuesta por un mercado libre de los controles autoritarios del Estado, el neoliberalismo, práctico e ideológico, apunta más bien al uso restrictivo-selectivo de ciertos mercados, y a la configuración de aparatos estatales altamente autoritarios y represivos, orientados casi exclusivamente a tareas de extorsión y garrote. En los círculos académicos de habla inglesa, esta formación estatal histórica se conoce como “Estado-niñera conservador” (Conservative Nanny State). 

Vulgar y falsa es la premisa que sugiere que un Estado con fuerte vocación asistencialista-desarrollista promueve el parasitismo ciudadano-laboral-productivo (en Estados Unidos, esta perogrullada con aspiraciones teóricas goza de una amplísima aceptación, y en México cobra cada vez más fuerza, máxime en esta coyuntura de progresivo desmantelamiento de todo el piso de derechos conquistados –sociales, civiles, humanos, políticos). Es más bien el actual modelo estatal “niñera-conservador”, característico de los Estados neoliberales, el que paraliza, aliena, desvaloriza, todas las actividades vitales de una sociedad. Nunca el desempleo-subempleo había alcanzado tasas tan altas (que entraña un despilfarro incuantificable de las reservas de fuerza productiva), acaso equiparable sólo con los años de la Gran Depresión. Nunca las juventudes o generaciones tempranas habían presentado un cuadro de estancamiento, parálisis, quietismo productivo e intelectual, tan alarmante (en México reciben el desdeñoso apelativo de “ninis” –ni trabajan ni estudian). Y nunca las élites en el capitalismo tardío habían acusado un carácter tan obscenamente parasitario e ignorante. 

El neoliberalismo es el gobierno de los ciegos dirigidos por otros más ciegos. Es la degradación del Estado a condición de niñera de los ricos, ahorrándoles los riesgos de sus especulaciones e inversiones (rescates de las bancas –bailouts en inglés), con base en la conocida fórmula de “conversión de deuda privada en deuda pública”; y a calidad de gendarme, militarizando y paramilitarizando todas las esferas de la vida pública, para la contención de grupos que resisten o se oponen a este flagrante atraco, amparándose en el clásico cuento chino de la amenaza extraña, llámese comunista, terrorista, narcotraficante, anarquista, o incluso ahora en México, maestro. 

En fin, sírvase el presente recuento de daños (que tomará prestado fragmentos de otros artículos de reciente factura), para la elaboración de un diagnóstico que redunde preferentemente en la articulación de un programa de acción política radical, esto es, eficaz e incorruptible. 


Corrupción y desprotección a la alza 

“Una persona que trabaja en Sedesol, narró a un servidor el siguiente evento (omitiré referencias específicas, pero dejo el anécdota para una eventual profundización en el caso): En una comunidad al norte del estado de Veracruz, un padre de familia acudió a una oficina de la secretaría para solicitar apoyo, tras el desgajamiento de un cerro que sepultó a su familia y su escaso patrimonio. Salvo el más pequeño de sus hijos, todos los demás miembros familiares perecieron en el incidente: esposa, primogénito, madre, hermanas, cuñados, sobrinos. En las oficinas de la dependencia, lo recibieron con la explicación oficialista habitual: es un problema de la naturaleza, no del gobierno, acá no se puede hacer nada, es una pena. Pero según sospechas de los pobladores (aquí es donde cabría una investigación más exhaustiva), el deslave no ocurrió por causas naturales o extrapolíticas, como alegan las autoridades. Al parecer, hace algún tiempo el gobierno federal otorgo licencia a una empresa privada para dinamitar el cerro, con el fin de extraer recursos minerales, aún sabedores de la alta vulnerabilidad y la exposición de la comunidad referida (atrapada exactamente en el medio de dos cerros)...” (http://lavoznet.blogspot.mx/2013/09/las-ficheras-de-cabaret-o-las-tormentas.html). 


Monopolización con base en la confiscación de patrimonios públicos 

“Telmex [a diferencia de Pemex] sí es un monopolio, porque monopoliza la renta de la empresa nacional [¡nacional!] de telecomunicaciones. Telmex –que atravesó en 1990 un proceso de privatización análogo al que se trata de imponer ahora a la industria petrolera– sí es oneroso: secuestra la renta de un patrimonio nacional, y destina a las arcas de hacienda tan sólo el 6% de sus ingresos anuales (mientras que PEMEX traspasa el 67.4% de sus entradas totales)…” (http://lavoznet.blogspot.mx/2013/08/mas-sobre-pemex-de-la-expropiacion-la.html). 


Vuelta al capitalismo primitivo: acumulación por desposesión 

“En realidad, el capital foráneo –representado esta vez por la tríada Royal Dutch Shell-ExxonMobil-British Petroleum (aunque la parasitaria Repsol también se frota las manos)– va tras los recursos y reservas [de Pemex]... Específicamente, las transnacionales buscan apoderarse del usufructo de aguas profundas, pozos transfronterizos, y la obtención-comercialización de hidrocarburos no convencionales, en particular el famoso gas esquisto, cuya extracción, cabe recordar, está terminantemente prohibida en múltiples países europeos (Francia, Bulgaria etc.), a causa de los ingentes daños ambientales que acarrea esta aparatosa técnica de explotación, más conocida como fracking o fractura hidráulica (utilización de extraordinarias cantidades de agua, químicos de alta toxicidad, extensas perforaciones del territorio y de formaciones rocosas de difícil acceso)… Vuelta al colonialismo. La reforma a la que se le ha endilgado la etiqueta de 'transformacional', apunta en la práctica a una regresión bien conocida: a saber, la de la expoliación, devastación y desestabilización de la nación. Vuelta al saqueo imperial…” (http://lavoznet.blogspot.mx/2013/08/mas-sobre-pemex-de-la-expropiacion-la.html). 


Desnacionalización, descapitalización y desmantelamiento 

“En 2005, el gobierno de Vicente Fox desnacionaliza Mexicana, y traspasa la aerolínea a precio de tianguis –165 millones de dólares– a Grupo Posadas, cuyo decano era Gastón Azcárraga, primo de Emilio Azcárraga Jean. En lo que parece un record guinness en la ruina financiera de una empresa, la conducción de Grupo Posadas supuso una suerte de harakiri empresarial, al acumular una deuda de 900 millones de dólares (repartida entre mil 300 acreedores) en un margen de cinco años… En 2007, Aeroméxico pasa por un nebuloso proceso de desincorporación estatal. Este año, el gobierno de Felipe Calderón vende el 90% de las acciones de la aerolínea a Grupo Financiero Banamex, subsidiaria de Citibank, en cuya junta administrativa aparece otra vez el entusiasta multipropietario: ¡sí! Emilio Azcárraga. Las rutas que abandona Mexicana, ahora las acapara Aeroméxico…” (http://lavoznet.blogspot.mx/2013/07/mexicana-de-aviacion-no-se-olvida-la.html). 


Colofón: la ruina de la educación 

“… Si se quiere conocer el contenido pedagógico de la iniciativa [de reforma educativa], es preciso mirar la baraja de agrupaciones que impulsan los 'lineamientos', 'medidas', 'directrices' y 'criterios de evaluación' de la 'transformación educacional' (sic). La revista Proceso documenta: 'Los documentos de la OCDE Mejorar las escuelas: estrategias para la acción en México (2010)… Getting it right: una agenda estratégica para las reformas en México (2012)… así como el estudio Ahora es cuando: Metas 2012-2014, elaborado por Mexicanos Primero, confirman acuerdos y reflejan directrices de la reforma educativa y las acciones que en esa materia ha asumido el gobierno federal'… El artículo de Proceso también desvela la identidad de este cónclave patronal –Mexicanos Primero: 'Los patronos del organismo son… Emilio Azcárraga Jean, presidente de Grupo Televisa; Claudio X. González, ex vicepresidente corporativo de la fundación de esa mismo empresa… Carlos Hank González, director general del Grupo Financiero Interacciones, nieto y homónimo del ex gobernador priista del Estado de México, etc.'… La dimensión pedagógica de la reforma tiene, en suma, dos vértices: 1) la incautación de la instrucción académica, ahora en manos de organismos empresariales y; 2) la conversión de la educación pública en centros de transmisión de 'valores' técnico-empresariales y capacitación de la fuerza laboral... En síntesis, la defunción de la educación” (http://lavoznet.blogspot.mx/2013/09/el-abc-de-la-reforma-educativa-la-ruina.html). 


http://www.jornadaveracruz.com.mx/Nota.aspx?ID=131122_044812_966

viernes, 22 de noviembre de 2013

PEMEX y la revolución mexicana: el regreso al origen.

El aniversario del movimiento social conocido por la historia oficial como la revolución mexicana me obliga a reflexionar sobre su doble significado: la idea del triunfo de los derechos sociales y del estado de bienestar, piezas claves para renovar el rol económico subordinado, sobre todo de Estados Unidos; por el otro, la participación popular inscrita para siempre en la memoria colectiva de las mayorías.

El triunfo de la fracción constitucionalista significó el realineamiento del país en el sistema mundo, estableciendo una relación mucho más cercana con los vecinos del norte, que estaban cerca de convertirse en el estado hegemónico, lo que se tradujo en el paulatino sometimiento que ha desembocada en una franca anexión de hecho. Con ello se demostró que el nacionalismo fue una trampa ideológica para cohesionar el apoyo popular en torno a un proyecto elitista y excluyente, apoyado en un estado de bienestar que hoy es sólo un recuerdo. Por eso les resulta incómodo al presidente en turno y sus socios, difícil de digerir tomando en cuenta que fueron ellos los que instalaron el modelo en los años treinta; concentrados hoy en mantener viva la herencia salinista, que declaró muerta a la revolución para de instaurar el ‘modelo’ neoliberal, prefieren ignorar las cicatrices del pasado. Después de todo son el ‘nuevo’ PRI.

La desaparición del ejido, el apoyo a la educación privada en detrimento de la pública y la ofensiva despiadada contra los derechos de los trabajadores en las últimas tres décadas demuestran claramente que se ha dado vuelta a la página de la historia. Sin embargo, el estado no puede cancelar los festejos pues sería riesgoso ignorar el valor que la mayoría de la sociedad mexicana le atribuye al conflicto social, que provocó más de un millón de muertos. Lo festejan a regañadientes, tergiversando los hechos y tratando de manipular la memoria colectiva para eliminar la idea de que los movimientos sociales son el motor del cambio social, la expresión más acabada de las aspiraciones de las y los mexicanos. En esta ocasión, el gobierno priísta decidió realizar una pantomima de diez minutos, en la cual rindió homenaje a la cúpula militar y cercenó de manera arbitraria el contenido popular de la celebración. Por primera vez en la historia, el zócalo capitalismo fue escenario de la entrega de ascensos y condecoraciones a miembros de las fuerzas armadas en medio de un operativo de seguridad que afectó incluso a miles de personas en el aeropuerto, que no pudieron salir de la ciudad.

La conformación de un estado de bienestar que tuviera poder económico para hacer realidad, a chuecas o derechas, las principales demandas de la revolución mexicana de 1910: reparto de tierras, educación gratuita y laica además de derechos laborales acordes con el espíritu de la constitución de 1917, hoy es una opción descartada por el grupo peñista. Para que recordar una época de la historia que hoy es sistemáticamente ignorada para imponer precisamente su deshaucio. La nacionalización del petróleo en 1938 le aseguró al estado los recursos necesarios para construir escuelas y carreteras, mantener vigentes las pensiones y el servicio médico a los trabajadores, subsidios al campo, para conformar la autosuficiencia alimentaria sin depredar el ambiente. En otras palabras: hacer efectivos los derechos sociales contenidos en el pacto de 1917, sin olvidar los límites del modelo, darle vida a la revolución.

En tiempos en que se está a punto de regresar a una situación anterior a los años treinta, en la cual el control de la industria energética estaba en manos de las compañías extranjeras, es mejor limitar como se pueda las celebraciones anuales de la revolución evitando así que sean utilizadas para reivindicar los derechos que en nuestros días, uno tras otro con las reformas de la llamada segunda generación neoliberal, ha ido cancelando el grupo en el poder. Con la venta de PEMEX, el estado renuncia a la posibilidad real de mantener los derechos sociales vigentes. Más aun, el modelo pretende cubrir el huevo financiero con más impuestos, Negar la herencia de la revolución mexicana, o sea de los derechos sociales, resulta hoy para muchos una discusión superada y actuando en consecuencia la ningunean y mistifican.

Sin embargo, es precisamente esa herencia la que no hay que perder de vista. El significado fundamental de la llamada revolución estriba en la certeza de que la participación política de las mayorías es fundamental para definir el rumbo de una república, para el mantenimiento de la salud pública. La división del norte y el zapatismo fueron la expresión más clara de los ideales populares y hoy representan el pilar de la memoria colectiva de este país.

Por lo tanto, conmemorar el aniversario del alzamiento popular iniciado en 1910 tiene que colocar en el centro del análisis la intervención de los trabajadores del campo y la ciudad en la cosa pública, su derecho a tener derechos, sus aspiraciones de construir una sociedad más justa y humana. Reivindicar esa herencia es el mejor homenaje que le podemos hacer a todos los que participaron en la bola; manteniendo vivos sus ideales, sus convicciones podremos reconfigurar el destino de nuestra sociedad. De otro modo seguiremos a la deriva, amarrados al barco decadente de los Estados Unidos que nos llevará a olvidar quiénes somos y para donde queremos ir. Por eso este veinte de noviembre se grita con fuerza ¡Viva Emiliano Zapata! ¡Viva Francisco Villa!

lunes, 18 de noviembre de 2013

PRD, Morena, y la inexistencia de la oposición: una sucinta pero pertinente reflexión

Es un fracaso la actualidad de la llamada izquierda. Y aunque preferiría moderar el uso de la expresión “izquierda” (sabedor de la caducidad de la antinomia izquierda-derecha en la arena partidista), acá se va a utilizar sólo con fines prácticos e ilustrativos, para denotar lo que corrientemente se entiende como “oposición”. Ahora, aquí el problema semántico se convierte en problema político-teórico, precisamente cuando uno se pregunta: ¿qué es oposición?, o bien, ¿qué características o idearios debe representar la oposición? Basta de responder sin brújula a la pregunta leninista ¿qué hacer? Dada la crisis de la izquierda, o la aventura desorientada de la oposición, vale la pena responder a estas interrogantes cruciales para el desarrollo de la lucha política venidera. Vale decir: meditar antes que actuar. Puedo escuchar las feroces críticas de los prosélitos del credo de la “acción”. Y a modo de replica, recuérdoles las palabras de Horkheimer, el filósofo de Frankfurt: “La acción por la acción no es de ningún modo superior al pensar por el pensar, sino que éste más bien la supera”; porque la ausencia de teoría, añade Adela Cortina, “deja al hombre inerme ante la violencia”. Cabe matizar, no obstante, la observación de Adela: el problema en el fondo no es la indefensión ante la violencia, sino la falta de un horizonte teórico para fundar otra violencia. Explícome (para evitar que me acusen de promotor de la violencia bruta): Todo orden entraña violencia –gobierno, reglamentos jurídicos, miscelánea de mecanismos para la conservación de un sistema etc.–; la cuestión radica en distinguir entre una violencia que conserva el orden, y una violencia que transforma –transgrede– tal orden. Cabe advertir que cierta violencia puede adoptar una forma radicalmente pacífica (allí está la figura de Gandhi), que acaso nos parece la más pertinente para confrontar un sistema donde la política es la continuación de la guerra, y no a la inversa como equivocadamente infería el alemán Carl von Clausewitz. Nuestro diagnóstico es el siguiente: la violencia conservadora, esto es, la violencia orientada a la preservación-consolidación del orden establecido, cosecha logros aquí y allá, con relativa desenvoltura. Entre tanto, la violencia transformacional atraviesa una de sus crisis históricas más agudas.

Aunque la confusión puede tratarse como un síntoma positivo, o deseable, es preciso, si la “oposición” no ha de perecer, traducir esta confusión en una propuesta que redunde en autenticidad transgresora. Y en la crisis, que no en la confusión, es a donde situamos a los partidos de “izquierda” en México: PRD, Morena, y anexos. Insistimos: no en la confusión, pues muchos de sus militantes parecen tener perfectamente claro su afán de servir a los poderes constituidos. Estos partidos representan, más bien, el epítome de la crisis de la “oposición”. A falta de horizontes, la izquierda partidaria se sostiene como “alternativa”, aunque sólo imaginariamente, canalizando toda la vitalidad transformadora de una sociedad, a la manera de un embudo, hacia escenarios donde el poder ejerce un dominio total. Ceñidos al tablero dual de la representación política multipartidaria y los confines de la economía capitalista, la “izquierda” en el presente es incapaz de articular un discurso radicalmente incompatible con las coordenadas del orden material y simbólico actual. (¡No basta con oponerse a neoliberalismo!). Su “visión y misión” (adviértase el tono peyorativo), está enquistada en las perspectivas de “lo posible”. Si la crisis y confusión ha de sortearse, es hora de que articular e imaginar “lo imposible”: esto es, de construir una auténtica alternativa al sistema, que no existe en la arena política formal o institucional; tan sólo figura en los márgenes de la institucionalidad. Y en todo caso es allí donde debiera mirarse si algún día la “izquierda” formal ha de cultivar un triunfo siquiera minúsculo. Aunque no pocos se ofendan, vale decir que las múltiples cepas “izquierdistas” que actualmente cohabitan en las pantanosas ciénagas de la política oficial sólo sirven al poder, a su reproducción, legitimación e indiscutible éxito. Es preciso concertar las nupcias de la violencia transgresora (preferentemente pacífica) con un discurso libertario que reclame “lo imposible”. 

La semana anterior se planteó una primera pista prescriptiva, cuyo propósito era conminar a la reflexión, a pensar teóricamente: “En las disputas públicas entre partidos o facciones, los unos suelen responsabilizar a los otros de los desastres. Pero el problema real, que a menudo se ignora, radica en esa categoría conceptual que a izquierdos o derechos o híbridos acomodaticios les produce indigestión: se llama guerra de clases. Esta guerra a veces atraviesa periodos “fríos” de relativo armisticio, y a veces de alto impacto, de conflagración abierta y sin telones decorativos. El neoliberalismo es una violenta estrategia política para la restauración del poder de clase, que imperiosamente recrudece la guerra… A nuestro juicio, y basándonos en la virulencia de los atracos y la militarización de la vida pública, México está atravesando la segunda modalidad de guerra. Para trazar una propuesta política alternativa, es preciso realizar un diagnóstico franco, desinhibido, certero. Y si admitimos que el conflicto no es entre ideologías o fracciones partidarias, sólo resta promover el paso a la acción e involucramiento en este conflicto con absoluta conciencia de la situación concreta: la intensificación de la lucha de clases en México” (Ir a artículo completo http://lavoznet.blogspot.mx/2013/11/el-exito-neoliberal-o-la.html). 

Eduardo Galeano insiste en la importancia de la articulación de un horizonte de “lo imposible”, tan obstinadamente ignorado por la izquierda que no es oposición, o por la oposición que no es izquierda: “Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. 

Recordatorio a Morena, al PRD y consortes: la oposición no son ustedes. El llamado a la abstención electoral es en parte consecuencia de su incapacidad o falta de voluntad política para articular sus programas a la protesta ciudadana y al descontento de la población.

La oposición está en la población.


sábado, 16 de noviembre de 2013

Defender o no al federalismo

Camilo González

Si pensáramos que la noción republicana y federal [no se diga democrática] de nuestro sistema de gobierno fuera insuficiente en nuestros días -pienso que lo fue desde sus primeros días allá en las 13 colonias, no por nada la destrucción de la Casa Blanca en 1815 y reiteradamente de sus inquilinos- tendríamos que imaginar hacia dónde debiéramos cimentar entonces nuestro Estado. 

... 

Las relaciones existentes entre la producción económica son obsoletas. No sólo desde el punto de vista del trabajador, donde las han sido en toda la historia siempre así, sino de los industriales modernos y los genios financieros, que se encuentran en crisis. Por esta razón, también los Estados han entrado en una crisis profunda en la que no resuelven ni las necesidades del capital, ni las sociales. 

Así, el sistema capitalista mundial es el que se encuentra en crisis. Por lo mismo, desde el punto de vista nacional, o regional incluso, la inestabilidad política, social, económica se hace más grande. El Estado no alcanza -como la ciencia política tampoco- a resolver los problemas a los que se enfrenta. El capitalismo tampoco alcanza a resolver todos los problemas que ha creado. 

El caso de México sin lugar a dudas nos remite a una situación interesante: la diversificación económica hacia el planeta planteada desde la política exterior, frente a la posición que defiende la incorporación de México a la unión norteamericana, planteada también desde la política exterior e interior. 

Ya los primeros diplomáticos de la insurgencia entendieron y escucharon con claridad las pretensiones expansionistas de la nueva nación del norte, sobre todo después de 1815. Pasarían treinta años (la separación de Guatemala y luego la de Texas, son los primeros conflictos territoriales del país independiente) y comenzaría la guerra contra los Estados Unidos que culminaría con dos años de ocupación y la anexión de casi 2.5 millones de kilómetros cuadrados sobre el Pacífico y hacia la región central de la ahora nación norteamericana, entre otros territorios. 

El Estado nacional por tanto no fue simplemente una transformación del sistema local existente porque no había tal. El sistema existente lo podemos entender como la burocracia virreinal, y luego la que medianamente conformaron los gobiernos liberales y centralistas de lo que ocurrentemente podríamos llamar la larga primera mitad del siglo XIX mexicano. 

El Estado nacional no existía, pues no había una sola sociedad: los indígenas vivían en una sociedad aparte, los extranjeros y criollos con la hacienda como medio de producción subsistieron aun entrado el largo siglo XX, los mestizos aún no conformaban una identidad nacional. 

Nuestras condiciones políticas se explican a raíz de las condiciones que impone a nivel mundial el capitalismo y sus aparatos reales e ideológicos de dominación, a saber, ejércitos y gobiernos, partidos y medios, ciencia y universidades. 

Ahora bien, bajo estas condiciones, a lo largo de muchos años se ha construido una identidad nacional. Ramos y Vasconcelos, Paz y Basave, pero también Monsiváis, Pacheco y Pitol o la familia Revueltas que son muestra de lo mexicano, como a su manera algo tienen los partidos políticos o los grandes medios de comunicación. 

Me parece, entonces, que la primer pregunta que debemos plantear es la de si lo que vamos a proponer es precisamente un Estado nacional, y además federalista. 

Lo mexicano puede ser sustituido por otra cosa, plantean los anexionistas como Jor G. y Héctor A. C. 

Sin embargo, lo que difícilmente podrá ser sustituida es la presión internacional. 

El peso con el que carga ahora el gobierno federal de reformar para actualizar la incorporación de México al régimen internacional, será subsanado bajo cualquier medio sino es bajo el régimen democrático. Muchas experiencias previas en latinoamérica lo confirman. 

Lo federalista es, pues, de postín. 

(Así entonces es previsible que la reforma electoral planteada no se discuta en el fondo sobre si es federalista o no. La práctica impera y con ella, ganan los conservadores centralistas, en quienes recae la decisión por el momento. Así es como también la propuesta ideológica republicana, federal y presidencialista se vuelve obsoleta, pues, como en los buenos años del general Santa Ana, ambos bandos están integrados por las mismas personas.)
 
http://www.oem.com.mx/diariodexalapa/notas/s2268.htm

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La actualidad del anarquismo y su relación con la violencia, el consumismo y la política.



Al observar el espectro de las ideologías en pugna en el mundo contemporáneo salta a la vista la fuerza que ha venido cobrando el discurso anarquista, sobre todo entre la juventud, lo que explica en parte la satanización que las buenas conciencias y sus altavoces, los medio de comunicación, han llevado a cabo. Sin caer en la apología o en el ninguneo convendría preguntarse: ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Por qué parte de la juventud en el mundo enarbola sus principios y se define como anarquista?

Con la intención de alimentar el debate me gustaría abordar la cuestión a partir de la relación del anarquismo con la violencia, el consumismo y la política. No omito señalar que el anarquismo no es una propuesta homogénea y constante en el espacio y en el tiempo. De hecho, al entrar en materia, lo primero que aparece es una diversidad tanto en los siglos XIX y XX como en el actual. Además, el anarquismo representa una ideología ajena al nacionalismo y por lo tanto plenamente internacionalista desde sus inicios. Sin embargo, un análisis más cuidadoso revela ciertos elementos comunes que articulan el discurso y las propuestas a lo largo de sus dos siglos de existencia en el universo de las ideologías.

La relación del anarquismo con la violencia parece ser el aspecto más polémico, que ha sido utilizado desde el siglo XIX para descalificarlo, tanto por los conservadores como por los liberales. Es un lugar común asociar de manera automática al anarquismo con la violencia irracional, primitiva, la ausencia de un orden político. El girondino Brissot en 1793 definía los rasgos de la anarquía como: “Leyes que no se cumplen, autoridades ignoradas, y carentes de fuerza, delitos impunes, ataques a la propiedad, violación de la seguridad del individuo, corrupción de la moralidad del pueblo, ausencia de constitución, de gobierno, de justicia: he aquí los rasgos de la anarquía” Dadas las circunstancias, al leer la cita cuesta trabajo no asociarla más bien con el estado liberal contemporáneo y no tanto con el  anarquismo. Como afirmé en otro lado, la matriz de la violencia social reside en el orden capitalista y en las labores de control social del estado para imponer el robo y la depredación. Dentro de la tradición anarquista -que no niega la relativa aceptación de la violencia como recurso revolucionario- nos encontramos con el pensamiento de personajes como Tolstoi, Thoreau o incluso Gandhi, que si bien no se definieron como anarquistas, coinciden claramente con buena parte de sus principios y valores. Más aún, parte de la crítica que hacen los anarquistas del siglo XIX a Marx y su idea de la dictadura del proletariado estriba precisamente en la violencia instrumental, en la naturalización de la coerción como forma de liberar a la sociedad de la desigualdad. En este orden de ideas, la crítica a la violencia matriz del capitalismo explica en parte el fortalecimiento del anarquismo como ideología contemporánea. 

Al mismo tiempo, la idea de llevar una vida sencilla, orientada a satisfacer las necesidades básicas que posibiliten una vida creativa orientada por el ser y no por el tener, representa otro de los elementos atractivos para el mundo de hoy, ahogado por el consumismo enajenante, que favorece la acumulación de capital a costa de la salud humana y el saqueo de los recursos naturales. Al respecto, Proudhon distingue entre pauperismo y pobreza, en donde el primero es la típica condición de indigencia mientras que en la segunda el ser humano obtiene con su trabajo lo necesario para satisfacer sus necesidades. La vida de lujos y abundancia material está lejos de ser una meta para el anarquismo ya que sería un obstáculo evidente para acercarnos a una vida plena, digna del espíritu de la humanidad. Sin caer en el ascetismo, la pobreza resulta ser más una virtud que un defecto, que abre la posibilidad de ser libre de necesidades impuestas por el mercado. El rechazo a la indigencia no se materializa en la sed de riquezas y lujos, sino en la búsqueda de una vida plena y basada en el trabajo libre. El rechazo al lucro por parte del anarquismo expresa claramente esta idea y resulta a todas luces muy atractiva para una juventud empobrecida, que en lugar de sufrir por ello encuentra un motivo para afirmarse en su condición de excluido para enfrentar el poder.

Pero donde me parece que reside buena parte del atractivo del anarquismo para los jóvenes es en la ineficacia de las instituciones liberales, en particular de los partidos políticos y de la democracia liberal, para resolver los problemas que enfrentamos en la actualidad. Al definirse como apolítico e incluso como antipolítico, el anarquismo se aparta de las discusiones inherentes a la democracia electoral, oponiéndose sobre todo a la tiranía de las mayorías, recurso mistificador de la dominación de unos pocos sobre los muchos. Este aspecto ha provocado la mayor parte de las críticas al anarquismo, tanto de la derecha como de la izquierda liberal, incluyendo a la socialdemocracia y al comunismo. Empero, en realidad esta postura se refiere más bien a la política institucional, liberal y republicana, que mas que acabar con la desigualdad la reproduce, que mas que impulsar la libertad, se la concede sólo a los poderosos. La crítica al poder político se funda en la certeza de que no es posible desbancar el sistema político actual a través de la política institucional. Sólo por medio de la acción directa, en la que los individuos actúan sin necesidad de ser encuadrados en una organización vertical y dirigida por una autoridad, el anarquismo encuentra las posibilidades de construir una sociedad libre. La lucha permanente, en cualquier lugar y en cualquier situación, representa sin duda el eje fundamental del anarquismo. La soberanía de la persona se sitúa en el centro de todo su discurso, lo que en mi opinión caracteriza a la razón de ser de la política, o mejor dicho, de  la contrapolítica. 

Por todo lo anterior, y como ha venido sucediendo a lo largo de dos siglos, el anarquismo va y viene pero no desaparece. Está siempre presente en la búsqueda de una humanidad libre y dinámica, tal vez hoy más que nunca.

lunes, 11 de noviembre de 2013

El éxito neoliberal o la intensificación de las políticas de desastre

No pocos se ofenderán con la tesis que acá sostendremos: a saber, que el neoliberalismo ha sido extraordinariamente exitoso. El pasado martes, el historiador Pedro Salmerón, en su colaboración de La Jornada Online, escribió acerca de la publicación del libro “El gran fracaso. La cifras del desastre neoliberal”, de Martí Batres (http://www.jornada.unam.mx/2013/11/05/opinion/017a2pol). Aunque coincidimos con Batres y Salmerón en lo relativo al carácter (socialmente) “desastroso” del neoliberalismo, no podemos, por una razón llana de compromiso con la crítica, admitir la interpretación errática que estima que la política neoliberal fracasó. Endosarle tal calificativo implicaría aceptar una premisa que a nuestro entender es teórica y políticamente peligrosa: que las élites que impulsaron el proyecto neoliberal tenían en mente un escenario distinto al actual; o bien, que el neoliberalismo alguna vez entrañó una perspectiva de cambio social favorable para los pueblos. La palabra “fracaso” sugiere que el plan se desvió de sus coordenadas originarias, o que el resultado final –por una cuestión de incorrecta aplicabilidad o perversión procedimental– no armoniza con la intención legítima de los padres impulsores. Nos oponemos radicalmente a esta lectura. 

Cuando la indecente dupla Thatcher-Reagan puso en marcha las políticas neoliberales, no actuaba en representación de las causas que uno pudiera considerar nobles o socialmente deseables. Procedía en función del sistema, en general, y de un puñado de poderosos, en particular. Los resultados demuestran cuán exitosa fue la política: por un lado, se logró sortear la crisis revigorizando la acumulación de capital (no sin contratiempos), y por otro, casi toda la propiedad pública en los Estados fue transferida a manos privadas. En aquellos años (1970´s-1980´s) se aducía que la crisis era producto de un exceso de fuerza de trabajo frente al capital (lo cual es sólo parcialmente cierto). Esta hipótesis se tradujo en una política anti-obrera que acompañó a todo el proceso de neoliberalización: despidos a granel, recortes de personal, degradación del trabajo (en el trabajo moderno predominan las tareas de fácil ejecución, redundando en una degradación del salario), desmantelamiento de sindicatos, erosión de derechos laborales etc. Pero el “disciplinamiento” de la mano de obra no bastaría para subsanar la declinación de las tasas de ganancia, ni solventar la voracidad de la alta finanza. Era preciso, además, reorientar las funciones del Estado, reduciéndolo a una ordinaria junta de gestión de negocios particulares (aunque en sentido estricto esta es su naturaleza, no actual sino histórica), y entronizar irrestrictamente a los mercados, aboliendo todos los dispositivos de control o regulación. Acá lo que advertimos es una armonía total entre las metas y los resultados. Para decirlo más puntualmente: no se observan visos de fracaso por ninguna parte (tan sólo una escalada de agresividad de los “Acuerdos de Bretton Woods”, que más tarde convergerían en el “Consenso de Washington”; los argentinos lo conocen más escuetamente como “El modelo”). 

Ahora, podría argüirse que incluso desde la perspectiva de la acumulación de capital, para cuyo propósito la política neoliberal fue parcialmente exitosa al principio, acusa descalabros e irregularidades. Está documentado que las tasas de crecimiento en el marco del neoliberalismo están abajo de las expectativas sistémicas. ¿De donde proviene, entonces, la formidable concentración de riqueza que desencadenó la estrategia neoliberal? Sin rodeos: de la desposesión patrimonial. El neoliberalismo es una vulgar estrategia política de acumulación por desposesión. Por eso las transnacionales, en contubernio con los Estados, han confiscado, allí donde el capricho o la necesidad se los demanda, el patrimonio de los pueblos: industrias, servicios de salud, educación, vivienda, transporte, recursos naturales etc. Que las asimetrías socioeconómicas –los desastres– se profundizaran no es ningún accidente o fracaso. Estaba cuidadosamente previsto que la incautación de derechos, patrimonios, recursos, entrañaría una depauperación creciente de los pueblos. Sólo en los cálculos ideológicos de Hayek, Friedman, o incluso el cándido Adam Smith, se puede atribuir a esta distorsión la condición de “accidente”. Recuérdese la pedestre hipótesis de los liberales: que el crecimiento total del producto, con base en la gestión privada, “da lugar a esa opulencia universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo” (Smith). Los neoliberales anglosajones llaman a esta tomadura de pelo trickle down policy (política de goteo). Este es el hilo ideológico sobre el cual se sostiene todo el entramado de reivindicaciones neoliberales, cuyo vértice es la generalización de la iniciativa privada a todas las esferas de la actividad económica, limitando al Estado –que no adelgazándolo– a las funciones de represión de conflictos sociales, y salvavidas de bancas en quiebra. 

En México, este proceso de acumulación por desposesión (neoliberalización) es más patente que nunca: desnacionalización de la banca (error de diciembre o efecto Tequila); privatización de las tierras en detrimento de la propiedad rural de uso colectivo (reforma de 1992 al artículo 27 constitucional); desmantelamiento de las plantas productivas nacionales (Luz y Fuerza del Centro); privatización de industrias estratégicas (Pemex, Comisión Federal de Electricidad); concesiones a empresas privadas con políticas fiscales preferenciales (First Majestic Silver Corp, Gold Corp Vancouver, y todas las empresas mineras Canadienses que extraen plata, oro, minerales, sin pagar un centavo al fisco, salvo lo correspondiente al pago de derechos sobre concesiones); privatización de los servicios de salud (IMSS), fondos de pensión (ISSSTE), educación (Mexicanos Primero y la reforma educativa en curso), transporte (Mexicana de Aviación –antes del harakiri inducido–, Aeroméxico); aplicación de políticas fiscales restrictivas (impuestos al consumo, no a los beneficios empresariales, como se observa en la reciente reforma hacendaria); desregulación-flexibilización de los mercados laborales (proliferación de empresas de subcontratación de personal –outsourcing), recortes al gasto público, etc. 

El modelo no da marcha atrás: derrocha éxitos. Tan sólo véase los siguientes dos eventos que documenta la revista Proceso esta semana, y que corresponden con los procedimientos referidos: 

“Enrique Peña Nieto le quitó el rango de parque nacional al Nevado de Toluca, con lo que le abrió las puertas al Grupo Atlacomulco para que pueda manejar las 53 mil hectáreas de la zona y realizar las inversiones que desde hace años proyectó para ese bosque”; 

“El director corporativo de Petróleos Mexicanos… envió la circular 2831 a los directores generales de las cuatro grandes subsidiarias… para exhortarlos a reducir plazas de mandos superiores, acelerar jubilaciones, suprimir tiempos extras y 'cancelar plazas definitivas y temporales'… [Y solicitar] que 'refuercen las medidas para contener el gasto de mano de obra por lo que resta del año'”. 

No es modernización, como aduce el discurso público. Ni fracaso, como sugiere la socialdemocracia. No es adelgazamiento del Estado, como corean hasta el hastío ciertos intelectuales (en todo caso es adelgazamiento de patrimonios y derechos, pero nunca del aparato estatal). Ni progreso, como argüiría un vulgar tecnócrata neoliberal. Tampoco ingobernabilidad, como supone el torpe catastrofista. En las disputas públicas entre partidos o facciones, los unos suelen responsabilizar a los otros de los desastres. Pero el problema real, que a menudo se ignora, radica en esa categoría conceptual que a izquierdos o derechos o híbridos acomodaticios les produce indigestión: se llama guerra de clases. Esta guerra a veces atraviesa periodos “fríos” de relativo armisticio, y a veces de alto impacto, de conflagración abierta y sin telones decorativos. El neoliberalismo es una violenta estrategia política para la restauración del poder de clase, que imperiosamente recrudece la guerra. 

A nuestro juicio, y basándonos en la virulencia de los atracos y la militarización de la vida pública, México está atravesando la segunda modalidad de guerra. Para trazar una propuesta política alternativa, es preciso realizar un diagnóstico franco, desinhibido, certero. Y si admitimos que el conflicto no es entre ideologías o fracciones partidarias, sólo resta promover el paso a la acción e involucramiento en este conflicto con absoluta conciencia de la situación concreta: la intensificación de la lucha de clases en México. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

La magnitud del desastre: los datos del neoliberalismo


Pedro Salmerón Sanginés
 La Jornada

El pasado julio Martí Batres Guadarrama publicó El gran fracaso. Las cifras del desastre neoliberal mexicano, libro ligero de llevar (80 páginas) y de leer (la agilidad de la prosa denota un bien logrado esfuerzo por llevar el tema al más amplio número de lectores posible) y a la vez muy sólidamente documentado. Tanto, que me parece urgente hacerlo llegar no sólo a la sociedad, a la que está dirigido, sino también a nuestros políticos, sobre todo a los encargados de la catastrófica política económica. 

¿De qué trata el libro? Exactamente de lo que dice el título: Martí reúne los datos del desastre social y económico, resultado de los 30 años de neoliberalismo. Hay una necesaria explicación esquemática de los orígenes y las características del modelo económico neoliberal, de sus fines, de sus justificaciones y de sus resultados: la polarización social, el empobrecimiento de los más pobres, el desmantelamiento de los derechos sociales, la seguridad social y el sistema educativo; el nacimiento de "una oligarquía económica con poder político e ideológico superior al de los órganos formales del Estado"; el crecimiento de la corrupción y de la delincuencia; el estancamiento de la economía. 

El libro explica y define, pero su gran mérito es la exhibición del fracaso, la demostración de esos resultados con datos duros, con cifras oficiales: los datos del crecimiento económico, de la recaudación fiscal (de 11.4 por ciento del PIB en 1988 a 9.7 en 2005); las cifras de impuestos que sobre sus ganancias pagan las grandes corporaciones (Telmex 6.5 por ciento, Televisa 5.4 por ciento, WalMart 2.1 por ciento); los de la inversión pública en infraestructura (de 10 por ciento del PIB en 1981 a menos de 3 por ciento a partir de 1988)... los números de la inversión, de la productividad laboral, de la balanza comercial, del tipo de cambio: en ninguna esfera de la economía los tecnócratas neoliberales han ofrecido buenos resultados, salvo en el indescriptible, inaudito crecimiento de las fortunas de las familias más ricas y de los altos funcionarios que para ellas gobiernan. 

Pero es aún mayor el desastre social: después de 30 años de neoliberalismo, de ajustes estructurales, de reformas, de su cantada estabilidad, apenas 19.3 por ciento de la población puede considerarse no pobre: 11.7 millones de mexicanos viven en la extrema pobreza; 51.9 en la pobreza y 32.2 millones más están en situación de carencia. En 2010 había 10 millones más de pobres que en 2006. Y los datos del consumo popular, los de los ingresos reales, los de la polarización y los abismos crecientes entre los más ricos y los más pobres (según la ONU, México es uno de los 20 países del mundo de mayor desigualdad en la distribución del ingreso), todos los indicadores, todos, muestran el desastre nacional. 

Y no hablemos de salud y seguridad social, de educación y la posibilidad de acceso a la mis­ma, del campo y la producción agrícola, de la cien­cia y la tecnología, del acceso a la cultura y las artes... del crimen organizado y sus secuelas. 

Hay también comparaciones pertinentes: con los resultados del neoliberalismo en otros países (mostrando que la incapacidad y la rapacidad de nuestra clase política lo ha llevado, en México, a extremos brutales) y con los datos del periodo anterior. Pero no se confunda el lector: el libro no es un elogio del viejo régimen ni, mucho menos, un llamado a reconstruir sus modelos políticos o económicos, aunque el contraste de los datos económicos y sociales del periodo nacionalista (1934-1981) frente al desastre neoliberal, son sumamente elocuentes. No, el libro, que inicia con una enorme interrogación (¿cómo es posible que frente a tan devastadores resultados, el grupo en el poder insista en continuar, en dar vida artificial a un modelo que ha resultado es un fracaso absoluto?) termina con una propuesta de 10 puntos para salvar a México de este desastre: ese es el colofón, esa, la conclusión lógica. 

Pd: Como este libro es parte del trabajo de promoción de la lectura y discusión de la realidad nacional de la Brigada para Leer en Libertad, puede descargarse gratuitamente.

martes, 5 de noviembre de 2013

La reelección

Camilo González

La reelección, planteada en estos momentos, es síntoma de la necesidad de perpetuar el acuerdo actual del sistema político. Me explico: ante la composición de la candidatura nacional del PRI en 2010 y 2011 sobre todo -aunque se ha argumentado con o sin razón que comenzó antes- los “acuerdos” comenzaron principalmente entre los gobernadores del PRI, que a pesar de que ser la mayoría, no sentían la certeza, la seguridad de que fueran a ganar la elección, ni cuál iba a ser su papel en ella. Sonaban uno y otro candidato del PRI y Enrique Peña Nieto terminó siendo el ganador del proceso interno, que sumó al manliofable Beltrones, perdón, inefable Manlio Fabio y al académico Humberto Moreira. 

Desde ahí comenzaron los acuerdos, decía, que permitieron la repartición de candidaturas federales entre el PRI de aquí y el de allá. Luego el PAN trató de rescatar una división que persiste a la fecha. De igual forma el PRD-Morena + PT y MC. 

Con una elección cerrada, aunque no tanto como en 2006, se consolidó un triunfo que se escatimaba en lo local, y no fue tan mala la votación para el PRI -salvo en Xalapa, donde no se votó por las reformas de Peña Nieto, muy a pesar de lo dicho por el senador Héctor Yunes-, que contaba con las muestras de apoyo por parte de las grandes potencias intervencionistas, que antes presionaban exclusivamente desde y al Estado-gobierno, y ahora lo hacen también a través de medios masivos de comunicación, de consorcios, de academias, de instituciones, de asociaciones y demás. 

Llegado el momento, el Pacto por México permitió a los dos grandes perdedores, el PRD y el PAN, reconstruir una relación deshecha, mandada a hacer para la distancia y la confrontación, y tejida en lo sano o lo insano por los tejedores del nuevo inquilino de la residencia oficial. Ya en el gobierno el ánimo reformista se ha multiplicado. Persiste. Crece. Se nutre con las aportaciones de los partidos de oposición que apoyan las intenciones reformistas. El Pacto por México es prolífico en cuanto ocurrencias o concordancias prácticas de los supuestos políticos que plantean los partidos. Y dadas las condiciones previas en que los partidos se aferraron a elegir un congreso de diputados entregados a los intereses del sistema corrupto, y un senado que en su mayoría responde a las mismas condiciones, entonces quedan claros los argumentos con los cuales es imprescindible imponer la reelección. 

Primero, se debe aprovechar el momento reformista, “para impulsar el crecimiento económico, alianzas estratégicas, diversificación de mercados, reformas trascendentales, etc.” 

Segundo, utilizando a los partidos perdedores -que de todas maneras tienen una representación sustancial en el Congreso de la Unión y las legislaturas locales, y que ya quisieran los ciudadanos de medio pelo o los que no somos ni de cuarto de pelo, tener- pasar los cambios constitucionales y esperar su recorrido por los estados, entre las reformas, por supuesto, la ley de reelección. 

Tercero, tomadas ya las decisiones en las candidaturas de 2012, repetir la dosis y poner a lo peor de México en las candidaturas partidistas. Llevarán, pues, ventaja los diputados en turno, así como los ediles y demás legisladores que puedieran ser reelectos cuando entrara en vigor la ley de reelección. Porfirio Díaz retoza en su tumba. 

Las candidaturas ciudadanas no son una realidad y no lo serán pronto, a pesar de que la ley lo diga. Los partidos, que legislan, lo impedirán. ¿Acaso no es más valiosa una carrera dentro de algún partido, que la experiencia de simples ciudadanos que están hartos precisamente de lo que se hace dentro de los partidos? 

Los defensores de la reelección apelan a la experiencia adquirida; al premio-castigo electoral; arguyen que eso le da calidad a los legisladores. Muy al contrario, pienso que disminuye la posibilidad para que ciudadanos ajenos a los intereses de los partidos ejerzan posiciones de representación, y como dice el clásico, le da más poder al poder.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Futbol, educación y política: la triste trama del lucro

Se nos ocurren un millar de lecciones que ilustran cómo la primacía del interés comercial o la vulgar orientación al lucro (tan enraizada en las sociedades contemporáneas) desvirtúa toda actividad, dominio o proyecto donde reposa sus tentáculos. Acá quisiéramos referirnos a dos en particular: a saber, el deporte, específicamente el futbol, y la educación. Se podría argüir que el futbol no tiene ninguna relevancia para la discusión de un asunto tan vital. Pero es justamente en este ámbito –el futbolístico– donde podemos observar la dimensión del credo lucrativo-comercial en toda su extensión, y todavía sin lamentaciones mayúsculas, precisamente por el carácter marginal del balompié (aunque no del deporte) para la vida pública. La alarma se enciende cuando los mismos grupos del hampa empresarial que administran a capricho el deporte de las patadas deciden instalarse en otros dominios de significación primaria: por ejemplo, la educación. No es un dato menor que los responsables del inescrupuloso aquelarre que atraviesa el combinado nacional (léase los ratones verdes), estén también detrás de las iniciativas de reforma en materia educativa. Preocupa más reconocer cuán desvalidos están los poderes públicos (fácticamente privados) frente a la camarilla de reyezuelos que se han lanzado airadamente a la conquista de todos los bienes, patrimonios, potestades, que en la letra constitucional figuran como propiedad-jurisdicción exclusiva del “pueblo” (aunque se trate de una categoría puramente virtual, sospechamos que no comprende a ese segmento de vividores que ahora se ungen, con nulo aval ciudadano, como soberanos absolutos). 

Naturalmente acá nos referimos a una (in)cultura, en general, y a un grupúsculo empresarial, en particular. Porque señalar a un grupo no basta. Es preciso denunciar la cultura que este grupo epitomiza, y que tristemente ha proliferado como un epidemia hasta abarcar todo lo orgánico e inorgánico, material e inmaterial, que concierne a nuestra vida asociativa. Remítome al cuadro insano que prescribiéramos en la anterior colaboración: “Hermanados por la avidez de lucro, la miopía, la mediocridad, los dirigentes de pantalón largo e ideas cortas, encarnan el epítome del parasitismo empresarial, el guracherismo e incompetencia de los juniores y yuppies que por decreto o imposición se autoconfirieron el manejo de todas las esferas gubernativas, empresariales, artísticas, deportivas. Fueron estos hombres (de la caverna) los que interesadamente trasladaron el honor nacional al rectángulo verde, eviscerando de todo sentido de honor la defensa de nuestros derechos políticos. E idiotizando a todo un pueblo con un espectáculo circense cuyo único aspecto valioso –el deportivo– es empecinadamente atropellado, degradado” (Ir a artículo completo http://lavoznet.blogspot.mx/2013/10/si-la-seleccion-califica-al-mundial.html). 


Los turbios fondeaderos de la selección nacional 

Cuatro directores técnicos diferentes al frente de la selección nacional en un plazo de 40 días; un centenar de jugadores convocados y desconvocados sin pena ni gloria; una cantidad obscena de infracciones a los procedimientos intrainstitucionales que dictan los estatutos de la Federación Mexicana de Fútbol, ahora convertida en un pusilánime elefante blanco al servicio de los caudales dinerarios y las veleidades de las divas de Chapultepec y del Ajusco; la ausencia de un sistema de juego mínimamente decoroso, y un inusitado desconcierto entre los jugadores para alcanzar los estándares básicos de rendimiento; la ilesa bonanza financiera, que no obstante la rampante mediocridad, sigue cosechando réditos con base en un espectáculo llanero; una afición que ya acusa –no sin alarma– un cuadro deficitario de inteligencia, entregada a la adoración de la vulgaridad, la mediocridad, constatando el creciente papel de educador que desempeña la televisión –ahora decidida a confiscar para sí la educación pública. 

A la manera de un espejo de la arena social o política, los turbios fondeaderos de la selección nacional nos acercan a la realidad de un país hundido eternamente en el subdesarrollo multidimensional. Acá también los jugadores o cuerpos técnicos (como los maestros, o los trabajadores) viven a merced de los patronos, privados de sus derechos, degradados a entidades pasivas, en calidad de piezas reemplazables. (“No podemos decir nada, solamente acatamos ordenes, no tenemos voz ni voto… Siempre aquí en México la opinión del futbolista es lo último que está, casi no se toma en cuenta…” –Rafael Márquez). Un día son el empleado del mes, y al otro, objeto de escarnio público (Chicharito). Las instituciones formales (Femexfut) operan con base en la misma lógica: no gobiernan ni arbitran, sólo acatan instrucciones del proxeneta en turno (aunque acá es vitalicio). Lo que concierne al fondo vital –el futbol–, carece de orden, forma, sentido. Prima el caos, y la ruindad deportiva. Allí donde se ancla el señorío de los dueños del futbol, el futbol mismo se desvanece. Nada se mide con la vara de lo que uno asume fundamental; todo se decide en función de una sola variable, la única que figura en el acotado universo de representaciones simbólicas que orienta a los fácticos poderes: el dinero, la utilidad, la ganancia. 

Pocas veces se escucha una crítica atinada e incisiva de una figura pública con autoridad, máxime en el tenor de una truculenta trama donde se mezclan intereses públicamente inconfesables e inconfesablemente públicos . Cedámosle el micrófono al injustamente malquerido “niño de oro”: “A los que más les interesa estar (en Brasil), por las grandes pérdidas económicas que esto (la descalificación) supondría, es a los dueños y federativos del futbol mexicano, porque se ha ganado una buena cantidad de dinero con este juguete llamado Tri, que funcionaba sin rezongar. Pero no se sabe si el juguete... ya lo descompusieron… Lo más triste de toda esta historia… es que la gente no se da cuenta y siguen siendo manipulados y condicionados para creer que los jugadores y los técnicos tienen la culpa de esta crisis… Están completamente equivocados… Si México califica al Mundial, no van a tapar con un dedo todas las malas decisiones y gestiones. Se tiene que cambiar, se clasifique o no se clasifique. No hay más remedio que cambiar el rumbo de la manera en que están manejando al futbol en México” (Hugo Sánchez, El Universal). 

Acá no se sobredimensiona el tema del futbol. Por un lado, sirve perfectamente para el fin trazado: evidenciar el fiasco del lucro como incentivo a la calidad (premisa tácita en el discurso neoliberal), y su infecciosa influencia para el desarrollo de cualquier actividad humana, llámese deportiva, artística, e incluso productiva. Y por otro, se arroja luz sobre la situación actual del futbol, que a juicio de muchos no se puede obviar más: a saber, que “el fútbol se ha convertido en algo lo suficientemente importante como para exigirle un poco de responsabilidad social” (Jorge Valdano). 


Educación: al borde de una gripe aviar 

En lo que toca a la educación, se ha acordado barrer con todo valor de referencia que no redunde en subdesarrollo educativo e interés lucrativo –ingrata dupla referencial que rige los accidentados destinos de una sociedad al borde de la autodestrucción. Acá también, en los reinos de la educación, amenaza “el nido” con ensanchar su potestad, y el águila (no el de la insignia nacional, sino el del amarillo canario de Coapa) enseña a todos las uñas en señal de ofensiva. Escondido tras el disfraz organizacional de Mexicanos Primero, Grupo Televisa, el patrono vitalicio de esta asociación, busca instaurar la misma fórmula de subdesarrollo e interés lucrativo (que tiene hundido al deporte nacional) en el ámbito educacional. Es el otorgamiento definitivo de uno de los rubros más cruciales a nuestros conocidos fracasados. El título de esta triste trama versaría así: “El encumbramiento del fracaso y su hambrienta horda de regentes”. 

Pero a diferencia del futbol –relativamente marginal–, acá la lamentación –la nocividad– sí sería mayúscula. La incursión del lucro en la educación, y la consiguiente desnaturalización, acarrearía el fracaso imperativo de la instrucción. La inquietud ya ronda, a modo de susurro, en los cadalsos donde la educación, forzada al apoltronamiento, espera la orden de muerte: “¡México es el país donde los pobres se vuelven más pobres, los ricos más ricos, los maestros delincuentes y los burros presidentes!”