miércoles, 4 de julio de 2012

Contrapolítica y ciudadanía. Las lecciones del proceso electoral en México


Un pilar de la política liberal es el concepto de ciudadanía, ya que permite establecer de manera virtual la igualdad entre los miembros de una república aunque en la realidad es una pantalla muy útil para que siga operando la desigualdad. ¿Cuáles son los mecanismos que apuntalan esta idea? Las elecciones, los partidos políticos y la representación.

Las elecciones ofrecen una ‘realidad’ en la que, en su calidad de ciudadanos, todxs los mayores de 18 años pueden votar con el argumento de que es hasta esa edad en la que se puede tener conciencia de la responsabilidad que implica ejercer derechos políticos. Lo mismo decían en el siglo XIX de las mujeres y los esclavos, los cuales por su condición social se les consideraba ayunos de conciencia y responsabilidad, aunque tuvierna mas de veinte años, trabajaran y mantuvieran una familia. En el fondo está la idea de que para ejercer derechos es necesaria una educación que permita ´humanizar´ a las clases peligrosas y que, gracias al  ascenso intelectual dejaría de ser parte de ellas, especie hoy más vigente que nunca. En el pasado sólo era digno de confianza, probo, honrado y por lo tanto elegible para decidir, aquel que demostraba su calidad intelectual, su capacidad de razonar de acuerdo a los principios del liberalismo y que fuera propietario. En nuestros días se podría pensar que hemos prosperado pues el voto universal se ha implantado en buena parte de los países del mundo, pero los resultados electorales parecen ser operados por la voluntad de unos cuantos, convirtiéndose en una imposición que alimenta la creencia de que la democracia liberal es la mejor forma de gobierno, aunque ganen los autoritarios, los fascistas y los ladrones.

Y es que el mecanismo fundamental para articular la crítica al concepto de ciudadanía radica en la conformación de la representación y en el control que los partidos ejercen sobre ella. Es a la hora de reclamar la posibilidad de ser votado que el sufragio universal muestra su rostro oscuro: sólo se puede ser elegible, en el caso mexicano, si y solo si los dueños de los partidos políticos lo admiten en sus filas. Es tal la sofisticación del mecanismo que incluso sus usuarios privilegiados están proponiendo una reforma que permita la existencia de las candidatura independientes, las cuales seguramente servirán para ocultar el hecho de que son las oligarquías políticas y sus jefes, las oligarquías económicas, las que seguirán gozando de una ciudadanía de excepción. Y si no pregúntele a los dueños de las televisoras, que vienen a completar la farsa del sufragio universal con su propia contribución para hacer prácticamente imposible que un ciudadano ajeno a los dueños del dinero pueda convertirse en un representante popular.

Este mecanismo aclara entonces el tendón de Aquiles del concepto de ciudadanía pues su esencia tiene que ver con la igualdad, o mejor dicho con la promesa de igualdad, de todos los miembros de una república liberal. Justo cuando se instala la competencia electoral en México resulta más evidente este artilugio ideológico para crear una realidad virtual, un velo que oculte con ‘elegancia’ cínica que la igualdad política es una quimera. Que las elecciones están para confirmar la elección de un candidato previamente autorizado por los grupos de poder, nacionales o extranjeros.

Base del edificio liberal construido a lo largo del silgo XIX y parte del XX, la ciudadanía es hoy una concepto vacío que ya no entusiasma más que a los desesperados o a los mercenarios del poder estatal. La participación ciudadana no es más que el sometimiento razonado de los ciudadanos a las políticas públicas, impuestas desde arriba. Pero las cosas ya no funcionan tan bien en ese aspecto. Muchísima gente está cada vez más renuente a defender un estado poniéndose la camiseta de ciudadano o subirse en un avión y viajar miles de kilómetros para defender la democracia liberal a balazos. Hay que prometer ciudadanía (que ironía) o buenos sueldos para que, obligadas por la necesidad, surjan personas dispuestas a matar  o morir por una bandera. El caso de la guerra de Irak demuestra lo anterior. Miles de personas en EEUU fueron persuadidas, gracias a la oferta de becas universitarias o regularización de su calidad migratoria, para lanzarse al vacío de una guerra en donde simplemente luchaban para sobrevivir para poder obtener su recompensa.

En este sentido, las recientes elecciones presidenciales en México se disputaron entre tres candidatos de tres partidos políticos que aplicaron un férreo control sobre las designaciones de los candidatos y que apelaron a los ‘ciudadanos’ para elegir entre los individuos que las burocracias partidistas habían seleccionado previamente. El resultado de la elección ha sido cuestionado por muchos y festejado por no tantos y siguiendo la concepción liberal de ciudadanía, algunos insisten en culpar a la ignorancia y la pobreza como causa principal de que el megafraude priísta haya tenido éxito. Es decir, más allá del lugar que ocupen en el espectro liberal, los actores políticos siguen pensando que el problema no es la democracia electoral que reverencian con hipocresía sino, como en el siglo XIX, por la falta de conciencia y preparación de las mayorías. Y yo me pregunto: ¿Cuál es la diferencia entre el voto comprado por una despensa y el voto conservador otorgado (este si producto del razonamiento responsable y culto) por las clases medias y altas? ¿Qué el primero es producto de la manipulación que lucra con la necesidad mientras que el segundo de la manipulación sutil, ilustrada que lucra con el racismo y la discriminación? Al final, tanto el voto irresponsable e inconsciente como el informado y responsable coincidieron en regresar el reloj de la historia política mexicana a los años setenta. La discusión sobre los resultados de la elección pasa por alto que es el proceso y los mecanismos de la democracia liberal los que deben ser superados, puestos en la picota, en lugar de gastar energías en tratar de limpiarlos para regresarlos a su esencia original, imaginaria, porque la verdadera es la de siempre. Incluso el movimiento #YoSoy132 parece decirnos que el problema no son las instituciones liberales sino los seres que las controlan. Que cambiando las personas al mando el sistema funcionará perfectamente. Sin menospreciar su lucha, el movimiento estudiantil tiene que comprender que si sigue alimentándose de esa idea acabará trabajando para el sistema. De hecho se podría decir que ya lo hizo, pues incluso sus adversarios se deshicieron en elogios hacia el movimiento, lo que genera sospechas de su eventual naturaleza antisistémica. Si lo fuera en realidad, difícilmente las televisoras o los dinosaurios de diferentes colores lo hubieran elogiado y tratado con tanta deferencia.

La crítica al liberalismo pasa por la crítica a la política liberal y sus conceptos centrales. Los neozapatistas, al romper con la estrategia de dos pasos que coloca en el centro de la acción la toma del estado para después cambiar el mundo, iniciaron el asalto al liberalismo en el continente americano; creo que debe ser teorizado y practicado para construir nuevos conceptos que describan un mundo nuevo, diverso. Un mundo después del liberalismo que conciba el fin de la explotación, el racismo y la discriminación con nuevas representaciones de la realidad que abandonen definitivamente el ideal liberal, el cual cumplida su misión histórica debe ser superado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El reloj de la historia no regresa a los 70s, al liberalismo"social"del viejo PRI y cuyo mejor representante seria la izquierda partidista representada por López Obrador; no, el reloj de la política mexicana sigue caminando por el mismo rumbo, el de odas políticas neoliberales implementadas hace tres décadas y que tanto bien han hecho al país.