sábado, 3 de marzo de 2012

Economía

El miércoles pasado, el Banco Mundial anunciaba que la pobreza extrema en América Latina había sido reducida a niveles históricamente bajos: “solamente” el 6.5% de personas sobreviven con menos de 1.25 dólares diarios, la línea fijada por la institución financiera para designar a quienes viven en “pobreza extrema”.

No hace falta más que el mínimo de sensatez para cuestionar los supuestos avances en la materia anunciados por el Banco Mundial. La afirmación puede ser criticada desde distintos ángulos: en primer lugar, el ingreso que percibe una familia o individuo no es el único factor determinante para señalar si vive en pobreza extrema o no; en segundo lugar, fijar una línea de pobreza resulta francamente insultante. El decir que una familia ha logrado salir de una condición de pobreza extrema por el simple hecho de percibir más del equivalente a 15 pesos mexicanos día con día resulta absurdo y denigrante.

Tercero, un aumento en el ingreso familiar no significa en manera alguna un incremento en el poder adquisitivo de la misma. El costo de vida es cada día más elevado. En el caso mexicano, teniendo en consideración tan sólo los últimos años, el poder adquisitivo del salario mínimo se ha visto reducido drásticamente. Hablando tan sólo del último sexenio, el precio de una Canasta Alimenticia Recomendable diaria (una medida integrada considerando los aspectos nutritivos, culturales, de tradición y económicos por la UNAM) ha aumentado en un 93%. El aumento al salario mínimo durante los últimos seis años ha sido de apenas el 22%.

Por último, una reducción en la pobreza no implica una disminución en la desigualdad. La brecha entre quienes más tienen y quienes menos poseen se hace cada vez más grande. Y tanto las políticas de “crecimiento económico” como los ajustes al gasto público realizados en tiempos de crisis alrededor del mundo le siguen dando más a los primeros y quitando más a los últimos.

Prestar demasiada atención a las afirmaciones del Banco Mundial no dista mucho de escuchar las brillantes promesas de campaña de Peña Nieto. No obstante, más allá de señalar lo absurdo e irrelevante de proclamar ante los cuatro vientos una victoria estadística en contra de la pobreza, como si la realidad de millones de familias no hubiese empeorado en los últimos años y esto no fuese lo suficientemente evidente, lo importante está en señalar que la lógica de las instituciones financieras internacionales, de los gobiernos y de los principales agentes económicos sigue siendo la misma.

El famosísimo combate a la pobreza sigue siendo un instrumento para mantener la dinámica económica mundial en las mismas condiciones. Aunque suene paradójico, la cruzada en contra de la pobreza sirve para seguir generándola. O bien, en otras palabras, para seguir concentrando riquezas incalculables en unas cuantas manos al tiempo que se da la apariencia de que el objetivo principal es erradicar la pobreza. Un paliativo más para mantener en funciones el decadente sistema económico.

Dicho lo anterior, cabe mencionar la nula respuesta por parte de la academia ante una situación cada vez más preocupante. Existe sin lugar a dudas una pobreza de tipo intelectual, una necia ceguera para darse cuenta que hay algo intrínsecamente mal con los modelos económicos propuestos, y una cerrazón absurda ante nuevas alternativas.

Desde que la más reciente expresión de la crisis estallara en el 2008, no hemos dejado de escuchar el mismo parloteo incesante sobre crecimiento, productividad, competitividad, ajustes al gasto público, austeridad, etcétera. Pero pensar más allá de las mismas recetas de siempre parece estar prohibido. Desde la academia se propone el esquema neoliberal como el único válido para analizar la realidad, y desde allí encontrar una posible solución. Cuestionar la ortodoxia está fuera de límites.

No es muy complicado darse cuenta que la economía es algo más que números y curvas de oferta y demanda que arreglan todo misteriosamente: si se piensa alguna vez en salir de la crisis, se tendrá que empezar por cuestionar todo el fundamento teórico detrás de un modelo decadente, sostenido en poco más que aire.

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