sábado, 12 de diciembre de 2009

La ideología estadounidense (primera parte)

Los siglos XIX y XX arrojaron como protagonista en el escenario geopolítico y geocultural al “gigante” de Norte América: los Estados Unidos. El aporte inapelable de holandeses, franceses y británicos al desarrollo de una economía capitalista avanzada en la región septentrional del continente sirvió de base para la consolidación de Estados Unidos como centro y pilar del mercado global. El resultante de la conquista de la supremacía económica mundial, fue la conquista de la supremacía ideológica y cultural a escala planetaria. Aun hoy, en el contexto de la desintegración de la hegemonía estadounidense, la mayoría de los países tratan de emular política, económica y culturalmente al alicaído gigante de Norte América.

Como todo sistema de creencias, la ideología estadounidense hace gala de un contenido altamente subjetivo, virtual, fantasioso –aunque quizá con mayor insistencia e intensidad que otras. El American Dream, expresión lingüística de la ideología estadounidense, es, tal y como su nombre lo indica, un ensueño, una ilusión, una elaboración cuasi onírica.

Está ampliamente documentado que la experiencia onírica ocurre mientras el individuo duerme profundamente y se encuentra bajo niveles ínfimos de actividad fisiológica. El sueño estadounidense, no obstante, tiene una desviación curiosa en relación con el sueño del durmiente: presenta un alto índice de actividad física, pero bajos –bajísimos- niveles de actividad mental genuina. Allí radica su éxito.

La racionalidad técnica (aquello que eufemísticamente llaman ciencia y conocimiento humanos), es la confirmación de una realidad tergiversada, sumergida en imágenes, sensaciones, pensamientos, deseos y aspiraciones que brotan del repertorio iconográfico/idiosincrásico del American Dream: la propiedad inalienable, el éxito, la vanagloria, el consumo, la comodidad, el lujo, el despilfarro del ocio, la servidumbre agradable, la vida privada, la fantasía que entretiene y alivia –la ficción (Disneyland, Neverland, Hollywood, Vegas, Broadway).

Casualmente (o causalmente), conforme la realidad supera de forma cruda e insistente a la ficción, el anhelo de la sociedad por acceder y adentrarse al mundo de los sueños se incrementa a la par, acaso como consuelo y/o alivio. Este mundo basado en lo ficticio y trivial se legitima –pese a su alto índice de exclusión- mediante la incorporación de algunos cuantos individuos privilegiados, provenientes de distintas capas sociales, a los dulces pantanos del sueño estadounidense: Estos pocos encarnan la realización gratificante del sueño, y así, quienes permanecen –la enorme mayoría- en el terreno del “nightmare” (pesadilla) se culpan a sí mismos de su dolorosa y miserable circunstancia. De este perverso maniqueo surge y se alimenta la torcida lógica del perdedor-triunfador: En un mundo “intrínsecamente” competitivo unos ganan, otros pierden; unos sueñan plácidamente, otros padecen trastornos e insomnio.

La sociedad norteamericana es una sociedad de consumo. Los símbolos nacionales de facto son el dólar y las firmas empresariales que dormitan en su seno (McDonalds, Starbucks, Costco, Nike, Ford, Microsoft, General Electric, GAP, Wallmart etc.). El carácter transnacional de sus corporaciones y su moneda ha producido un brote exponencial de pequeñas “Norteaméricas” a lo largo y ancho del orbe. Estos tentáculos han sido vehículos inmejorables para la labor de propagación del American Dream.

El folklore yanqui de pronto asume la forma de cultura. Con la mundialización del mercado, la cultura del país más poderoso se convierte en cultura de masas a escala global. La inserción de esta cultura omnipotente en territorios de longeva tradición aniquila lentamente el patrimonio histórico de las Naciones y convierte a sus comunidades en replicas bizarras del paradigma estadounidense: El mundo se introduce en una fase tan profunda del sueño que su rostro somnoliento e irreal se vuelve imperceptible.

Así, el sueño deja de ser algo meramente deseable, codiciable, para convertirse en algo apremiante y a la vez inaprensible, remoto: es la llave mágica para la supervivencia, la seguridad y la realización personal y familiar... (continuará)

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