lunes, 25 de mayo de 2009

Dios Todopoderoso

“Vivir es traicionar a Dios; cada acto de la vida, cada acto que nos afirma como seres vivos, exige que se violen los mandamientos de Dios.”
- Carlos Fuentes

Dios aun existe, aun reina, aun domina. La enajenación del hombre se agudiza, se amplifica con tozuda celeridad. Ya no es Dios únicamente quien nos vigila y controla, sino todo aquello que desempeña tal función dentro de la sociedad, pero que, perversamente, fue creado en Su nombre. Se trata de ramificaciones, de atajos que optimizan su potestad en todos los ámbitos de la vida del hombre. Él no vacila. Sin el menor recato se torna omnipotente, omnipresente. El hombre se halla colmado espiritual y sensorialmente por Él. Las cadenas que alguna vez ataban al hombre, no con Dios, sino con quienes se hacían llamar profetas o enviados de Él, fueron quebrantadas, pero únicamente para depositar Su voluntad en el hombre interior; para usurpar crudamente el espíritu del hombre. Allí, justamente, en aquellas profundidades, Dios vigila, Dios controla, Dios gobierna.

El hombre alienado carece de verdadera realidad. La creación fantástica de sí mismo, esto es, Dios, refleja por tanto la miseria real y el embrutecimiento del creador. Es la manifestación espiritual del hombre impotente, ignorante, envilecido, iracundo. Dios es culpa, lamento, amargura; es engaño e injusticia; es letargo para unos, estimulante siniestro para otros; es fetichismo e hipocresía; es conformidad, asimilación, sumisión; es odio y brutalidad; es miedo profundo y permanente; es sufrimiento y angustia; es miseria, marginación, opresión; es ceguera e intolerancia. Dios, en el cielo, es lo equivalente a explotación y sometimiento en la tierra.

Dios, a lo largo de la historia, ha sido, y aun es predominantemente autoritario: el elemento amoroso fue violentamente extirpado. El pecado se dio a la tarea de elevar a categoría moral la obediencia incondicional, pero también y mas profundamente, el arrepentimiento por todo acto que nos afirme como seres vivos, como seres humanos. Su inquebrantable fuerza ha provocado que el espíritu sumiso y masoquista se imponga a toda pretensión de expresión fraternal, amorosa.

Los decretos de Dios fomentan la aversión a lo distinto; fraccionan, aíslan y oponen a los hombres. No son sino la piedra angular –desde el punto de vista moral y subjetivo- de la explotación del hombre por el hombre.

Dios no ha renunciado a su papel de hacer sufrir, de destruir, de sembrar el temor por la vida. Al contrario, ha encontrado en la existencia aislada de los individuos la fuente de su consagración. Ante la creciente vulnerabilidad del hombre, Dios ha conseguido penetrar en el alma, en la personalidad toda de éste: logró finalmente introducirse en lo más recóndito de su corazón. Allí, en aquellas profundidades, Dios castiga, Dios condena, Dios sojuzga…Dios existe.

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