domingo, 26 de abril de 2009

Politización

Aunque el 20 de abril no forme parte de la memoria colectiva de los mexicanos y pocos lo recuerden, hace apenas 10 años estudiantes universitarios en la capital del país se movilizaban ante un aumento a las cuotas de inscripción y de servicios escolares en la UNAM. Una huelga que duró prácticamente un año, movimiento que sería satanizado por la prensa nacional y que terminaría con la represión por parte del Estado utilizando la entonces recién creada Policía Federal Preventiva (PFP) en febrero del 2000.

Fue, sin lugar a duda, una muestra de cierto grado de politización de la sociedad y, en particular, de la comunidad estudiantil, entendida dicha politización como la capacidad de la misma para participar en los asuntos que, de una u otra manera nos afectan a todos.

El problema radica en que la sociedad se encuentra cada vez menos politizada. Es cierto, la gente se sigue movilizando cuando sus intereses se ven afectados: ejemplos son el movimiento ciudadano de López Obrador posterior a las elecciones del 2006, la resistencia de los campesinos de San Salvador Atenco ante la construcción de un aeropuerto que afectaba sus tierras y las marchas en contra de la ley del ISSSTE, entre otros.

Sin embargo, el sector juvenil parece alejarse cada vez más de lo político. Hablando particularmente de la comunidad universitaria, son pocos los interesados en el tema y, una gran mayoría de quienes de alguna manera lo hacen, se integran a la política partidista, la cual sólo reproduce los mismos vicios de un sistema ya rebasado por las problemáticas actuales.

Es frecuente escuchar en los medios que determinado tema se está politizando, y el argumento es repetido por periodistas, empresarios, religiosos y distinguidos miembros de la sociedad civil. Lo peor del caso es que los propios “políticos profesionales” utilizan el término para referirse a la partidización, a la simple y vulgar grilla en que se ha convertido la arena política. Tal parece que politizar equivale a “arreglos debajo del agua”, a satisfacer intereses personales o los de determinado grupo.

Vale la pena reflexionar sobre qué ha cambiado en los últimos años: si los estudiantes de preparatoria fueron pieza clave en el movimiento del ’68, si las escuelas normales rurales fueron fundamentales para entender la guerrilla de los años setenta, por qué es tan común escuchar “¡estos jóvenes ya no son los de antes!”.

sábado, 25 de abril de 2009

¿Juventud?

La juventud es un término muy amplio. Está, por ejemplo, la concepción que tiene el Instituto Nacional de la Juventud: tres programas operativos básicos que comprenden a todo el sector joven; además, a través de la proyección en medios regionales promueve una imagen similar en un programa de radio (que nadie escucha), una tarjeta de descuento (que no sirve) y pequeños apoyos. La idea, parece mentira, la hicieron hace varios años los panistas recién llegados al DF, venidos de Monterrey.

La idea fue hecha desde las oficinas de gobierno, y éstas… no tienen mucho alcance: en 2006, la participación nacional en las votaciones para Diputados fue de 41millones, 195 mil198 ciudadanos, incluyendo los votos nulos. En 2003, sólo participaron 26 millones, 968 mil 371 personas.

Si los votantes son los que conocen de la vida política y son, además, influidos por el gobierno de algún modo, ¿alguien en verdad cree que va a haber una participación masiva, si sólo hace seis años votó un cuarto de la población?

Las noticias internacionales sobre la crisis; la promoción tiempo completo de personajes siniestros en la televisión que alcanza a no sé cuántos hogares; la velocidad en las agendas. Insistimos en andar apresurados, igualitos que los vecinos del norte.

Y son ellos los que educaron a los tecnócratas; éstos quienes abrieron el país al extranjero (y a la iglesia), y nosotros los que ni siquiera cuenta nos dimos.

Quizá la historia siempre se repita porque los problemas siguen ahí. Ahora en los tiempos electorales es cuando los partidos tienen mayor alcance con la gente, dice la falacia. Sólo son conocidos por unos cuantos… sólo llegan a algunos hogares.

El país entero se seguirá moviendo hasta julio, pero sólo para algunos. La gran mayoría, ni siquiera se entera.

Entre tantas ocupaciones, tantas cosas que producir y tantos arreglos que cumplir, a la juventud aún muy pocos le hacen caso. Y vuelven a pensar en ella como una sola: nada nuevo.

jueves, 23 de abril de 2009

Tres Agravios, Tres Partidos Distintos.

A diez años de la huelga estudiantil unamita, consideré oportuno conmemorarle con un breve recuento de los daños ocasionados por el Estado mexicano y sus “Tres Amigos” predilectos: el PAN, el PRI y el PRD.

El 20 de abril de 1999, hace exactamente 10 años, estalló en la UNAM la huelga estudiantil más combativa que ha existido desde los sesentayocheros. El reclamo de los estudiantes: la conservación de la gratuidad educativa frente a las pretensiones privatizadoras. El desenlace fue claramente favorable para el movimiento estudiantil: la UNAM hoy es gratuita gracias a la huelga. Sin embargo, tras la disolución del movimiento, el Partido de la Revolución Democrática fue enérgicamente descalificado por múltiples grupos de izquierda. Su intervención durante los 10 meses de huelga puso de manifiesto su desdén hacia los movimientos políticos alternativos, es decir, no partidistas. Traicionó (si es que alguna vez defendió tales valores) la causa social y arremetió contra el estudiantado, reprimiendo militarmente la huelga y encarcelando a decenas de estudiantes. La social-democracia mexicana, una vez desarropada por la radicalidad de los estudiantes, sufriría una herida casi letal.

Casi 7 años después del movimiento estudiantil unamita se produjo otro agravio contra la sociedad civil. Esta vez las victimas fueron los pobladores de San Salvador de Atenco. El 4 de mayo de 2006, después de una clara provocación de las fuerzas policíacas que culminó con un enfrentamiento entre habitantes de Atenco y miembros de la policía estatal y municipal, el gobierno del estado, encabezado por el célebre Priista Enrique Peña Nieto, dio luz verde para la realización del operativo policiaco-militar mas violento en la historia contemporánea de México. Como es costumbre en nuestro país, los responsables nunca fueron sancionados. El operativo (de represalia), según palabras de los propios artífices (Gobierno del Edo. de México y Gobierno Federal), resultó “limpio”.

Acto seguido del caso Atenco, el Partido de Acción Nacional, con la complicidad del PRI, finiquitó el inolvidable fraude electoral de Julio. Aún hay quienes refutan el carácter fraudulento de las elecciones. Habrá que decir que el fraude no se perpetro, o al menos no únicamente, durante el conteo de votos. El fraude inició tiempo atrás con la campaña propagandística anti-democrática que desplegaron los medios de (in)comunicación, en connivencia con Acción Nacional y otras fuerzas políticas del país (banqueros, industriales, servidores públicos etc.). Asimismo, ha sido probado estadísticamente que los datos fueron adulterados durante y al final de la elección. Independientemente de las creencias personales el fraude es un hecho irrefutable.
Tres agravios inaceptables; tres partidos aparentemente distintos. Para quienes argüían la imposibilidad de una alianza entre partidos, he aquí una muestra inmejorable de un consenso “ejemplar.”

¿Estudiar?

La consolidación del régimen político mexicano posterior a la Revolución de 1910 no puede ser entendida cabalmente sin tomar en cuenta la creación de un aparato educativo inmenso. Las instituciones educativas, particularmente el sistema de educación básica, sirvieron sin lugar a dudas para poder desarrollar un determinado proyecto de nación, para crear hasta cierto punto una cierta identidad mexicana, más allá de la identidad religiosa que podía otorgar la Virgen de Guadalupe, más allá de la identidad que el ser zapatista, villista o carrancista implicaba.
De una u otra forma el sistema educativo, en toda su magnitud, con sus miles de estudiantes y sus millones de burócratas, se convirtió en uno de los mejores (si no el mejor) de los aparatos de dominación de un Estado en construcción, llevando a través de las escuelas “el progreso y la modernidad” a cada rincón del país, enseñando lo que se consideraba conveniente enseñar, pasando por alto aquello que no vale la pena ser recordado.
Enseñando así una historia parcial, en la que sólo los hechos que apuntalan al actual régimen son dignos de ser recordados. Una historia que, por cierto, desaparece poco a poco de los planes de estudios en secundarias y preparatorias.
La tendencia es, lógicamente, preparar mano de obra calificada satisfacer las necesidades del sistema, qué importa si los niveles de desempleo están por los cielos. Nos encontramos así con que en la secundaria 8 horas semanales se dedican al estudio de determinada carrera técnica. No hay nada que evite que, al tener mi titulo de mecánico o de soldador a los 15 años, vaya directo a incorporarme a la fuerza de trabajo sin pensar siquiera en continuar estudiando. Para la preparatoria, lo mismo.
Ni siquiera hablemos de entrar al sistema educativo universitario: la oferta es limitada, los precios elevados, las oportunidades escasas.
¿Para qué estudiar? Parecería ser que el propio sistema educativo frena las capacidades intelectuales, la creatividad propia. No me atrevo a afirmarlo, pero de ser así, vaya paradoja.

miércoles, 22 de abril de 2009

En apoyo a las tropas

El ejército es sin lugar a dudas una de las instituciones de mayor tradición en nuestro país, y de una forma u otra, ha participado de manera determinante en los procesos de formación del Estado que conocemos ahora. La mayor parte de los gobiernos instaurados a partir de la guerra de Independencia y hasta la década de los 40’s se vieron apoyados por el ejército, ya sea en su totalidad o por una parte importante de éste. Basta con decir que no es hasta 1946, es decir, mas de treinta años después del estallido de la Revolución Mexicana, que la presidencia de la República es ocupada por un civil, Miguel Alemán Valdés.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo pasado las fuerzas armadas han sido utilizadas recurrentemente para realizar labores policíacas, de vigilancia y de control sobre la población.
La ocurrencia de hacer intervenir al Ejército en una guerra en principio perdida no ha ocasionado más que lo que en términos militares se conoce como escalada, es decir un aumento gradual en la violencia empleada por ambas partes, resultante obviamente en más pérdidas humanas por ambos lados, mientras que la comercialización de drogas se mantiene intacta.
Aunado a esto, las violaciones a los derechos humanos por parte de militares son repetidas y no hay nada que hacer al respecto, puesto que acusar a las tropas de algo semejante solo puede ser calificado de antipatriótico. Apenas ayer se sabía de un periodista a quien se le incauto su cámara fotográfica por tomarle fotos a un convoy militar en Boca del Río.
Fenómeno semejante se vivió en los Estados Unidos a partir de la invasión a Afganistán. “Apoyar a las tropas” se convirtió en la frase preferida de todos aquellos a favor de mayores impuestos y de reducciones al gasto público, entiéndase educación, servicios de salud y seguridad social, y hay de aquel que tuviese la osadía de criticar la invasión. “Quien no está con nosotros, está contra nosotros”.
Esperemos que no llegue el momento en que se nos acuse de estar con los Zetas si criticamos el hecho de que el Ejército patrulle nuestras calles, lo cuál no hace mas que aumentar el caos vial ya existente en nuestra ciudad.